7. Wanhander

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  • Dedicado a Sharon Bernal
                                    

Amaneció en las tierras de Grant Nalber, dejando atrás una caótica y espeluznante noche que casi cobró la vida de dos guerreros. Una de ellos; André, se hallaba en el techo de una carroza, jalada por la nada, vigilando el camino para advertir de otra inminente amenaza, preguntándose una y mil veces por qué no era una vampiresa. El otro; el príncipe Drek, que después de una pelea que puso al límite sus fuerzas, siendo mordido por un hombre lobo, se encontraba en otra carroza descansando, sumido en una reconfortante siesta.

Desconcertados y sin saber qué pasaría con ellos, Natalie y Tom, sin ganas de sucumbir ante el sueño, decidieron ver el amanecer, a la espera de que el sol se llevara todos los horrores que vivieron en la noche. Igor y Cornelius por el contrario, dormitaban plácidamente, olvidando lo que sucedió como si se tratara de un día normal en sus vidas, aunque en sus mentes quedaban preguntas por resolver.

La caravana se aproximaba a una muralla, una obra monumental vigilada por los más experimentados arqueros y guardias. Se extendía sin mostrar principio ni fin. Estaba construida en una roca negra, la entrada era resguardada por dos enormes puertas en caliza.

—¡Llegamos a Wanhander! —enunció André, haciendo que todos se despertaran.

Se puso de pie y batió los brazos sobre la cabeza. Recibiendo la señal, abrieron las gigantescas puertas. La caravana y sus ocupantes se asomaron para ver la ciudad amurallada; Wanhander, la impenetrable sede de las tierras de Grant Nalber.

Contaba con hermosas casas, muy acogedoras, algunas de ellas con plantas enredaderas que adornaban las fachadas, otras con techos verdes donde se cultivaban tanto especias y vegetales, como las más hermosas flores. Las viviendas estaban hechas en madera y revestidas de una pintura negra con aleación de resina para cubrir su superficie y evitar la humedad, lo que le daba un color diferente a cada hogar, entre marrón, verde olivo y azabache.

Los senderos que dividían a cada diez metros. La vía por la que ellos circulaban era muy amplia y se perdía hasta donde el ojo distinguía, muy a lo lejos en una colina donde otra muralla resguardaba, recelosa, el castillo de la fortaleza. Había mucho movimiento en esa ciudad, más que nada de milicias. Wanhander era un reino próspero donde las mujeres, niños y hombres vivían para la guerra.

Una carroza avanzó mientras la otra se detuvo a mitad de camino, dejando atrás a los soldados sobrevivientes de la masacre en Seret. La otra atravesó la ciudad llegando luego de varios minutos a la segunda muralla. Ésta era tan monumental como la primera, sus puertas se abrieron apenas notaron la presencia de André, dando paso a un gigantesco castillo de altas torres.

Lo particular en ese lugar era que en el prado que separaba al castillo de la muralla, había nueve torres, con tejados en arcilla de diferentes colores, algo extraño en la arquitectura de una fortaleza.

El castillo estaba construido con el mismo material de las murallas, no era tan alto pero si amplio, se extendía muy lejos, casi adentrándose en un bosque espeso. Al igual que en la ciudad, había soldados y plebeyos. Alrededor habían tanto establos, herrerías y gendarmerías, pero eran pocas edificaciones.

Llegaron finalmente frente a la entrada del castillo, la cual estaba abierta, dándoles la bienvenida.

Igor bajó de la carroza ayudando a Drek ingresando al castillo; el príncipe aún estaba mal por el ataque y las pócimas de belladona sólo lograron doparlo y contrarrestar un poco los efectos del veneno de licántropo. Cornelius les adelantó el paso, parándose frente a un grupo de militantes que aguardaban por ellos.

—¿Ya llegaron los miembros del consejo? —le preguntó a un coronel, de mirada inexpresiva, ojos y cabellos negros, que destacaba de los demás por llevar un escudo de medio cuerpo, una espada y por su musculoso porte.

El Intérprete y el Guardián - Parte I ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora