24 | El secuestro del príncipe

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Adam

Toqué la puerta de su casa una vez. Eso fue suficiente para que se oyera pasos cansados en el otro lado y un chico de ojos azules apareciera con el ceño fruncido en el umbral.

—¿Quién interrumpe mi sueño a esta hora?

—Hola. —Le sonreí confundido—. ¿Está Alana?

—¿Cuál de los dos eres tú?

—¿Hay otro?

—Sí, tal vez yo soy el tercero, quién sabe —dijo divertido.

Se echó hacia atrás y gritó el nombre de Alana. Al ver que nadie apareció, se volvió hacia mí.

—No está. Se murió.

—¿Tal vez ya se fue a la escuela? —insistí.

—O tal vez ya la devoró el otro.

—¡Jack! —Escuché una voz.

Alana asomó la mitad de su cabeza por la puerta y, al verme ahí de pie sonriendo como idiota, abrió los ojos de par en par y se ocultó detrás del chico llamado Jack.

—¿Adam?

—Lindo pijama. —Le sonreí divertido.

—Así que este es el crush —murmuró Jack antes de que Alana le diera un codazo.

Mi sonrisa se ensanchó. Así que le ha hablado de mí.

—¿Qué haces aquí? ¿Has venido a secuestrarme?

Sacudí las llaves de mi auto entre mis dedos.

—He venido a llevarte, pero la idea del secuestro también corre.

—Que descaro —musitó Jack.

Alana se sonrojó y subió corriendo las escaleras, así que me quedé de pie con las manos en los bolsillos esperando a que el chico me invitara a pasar. Él no dio señales de notarme, solo me miró de arriba abajo en una inspección.

¿Quién es este chico?

—¿No te preocupa que sea su amante? —soltó de pronto.

Lo miré sorprendido. Jack entrecerró los ojos como si me estuviera poniendo a prueba.

—No...

—¿Y si soy su verdadero crush? ¿O su novio secreto?

—Entonces ve buscando otra novia secreta.

—¿Por qué? Tal vez ya nos casamos.

—En ese caso, no puedo reclamarte nada, pero... —Esbocé una leve sonrisa retadora—. Los matrimonios ficticios no duran para siempre.

Jack estuvo a punto de protestar cuando Alana volvió corriendo con un vestido que le quedaba perfecto y le dio un beso en la mejilla a modo de despedida.

—¡Estoy lista! Él es mi primo. Jack, no lo espantaste, ¿verdad?

—Lo único que acabas de espantar es mi porte amenazante —masculló él.

Sonreí divertido y tiré de ella.

—¿Vamos?

Se montó en mi coche y encendí el motor. Todo el camino estuvo hecha un manojo de nervios. Miraba por la ventana, se retorcía los dedos y no dejaba de cambiar la emisora de radio.

Cuando cruzábamos miradas, se sonrojaba como una niña. La miré divertido. Era preciosa.

—Sé lo que piensas —dije de pronto. Ella me miró sorprendida—. Vine a buscarte porque no dejabas de huir de mí desde lo de la cafetería.

Una Conquista ImperfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora