Prólogo

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Prólogo

Anahí Puente, vestida con vaqueros de color negro, camiseta ceñida del mismo color, botas de cuero y el pelo corto y de punta, se dirigía a la comisaría con la pose chulesca tras la que se escondía. Vestía siempre de aquella manera para proteger su tapadera. Si alguien la veía, saldría del paso diciendo que habían ido a buscarla para interrogarla. Ya le había ocurrido en una ocasión un par de años atrás. Por suerte, aquel incidente le había permitido infiltrarse más fácilmente en una red de narcotraficantes. Trabajar bajo una identidad falsa era peligroso, pero también emocionante. A veces se preguntaba si en realidad no estaba arriesgando la vida sólo para sentir aquella subida de adrenalina. Pero normalmente no era tan reflexiva; lo único que quería era limpiar las calles de Los Ángeles de aquellas alimañas que perseguían a víctimas inocentes.

Como los canallas con los que se había peleado la noche anterior.

En cuanto llegó a la comisaría, subió al segundo piso y se dirigió a la mesa que compartía con Jim Peterson. Él también formaba parte de la brigada contra el vicio; estaba especializado en pornografía infantil, un sector en el que ella no quería verse involucrada. Su tema eran las drogas y, en particular, los camellos adolescentes. Anahí representaba muchos menos años de los veintiocho que tenía y se hacía pasar fácilmente por una estudiante de instituto.

—Eh, Anahí, estás muy guapa así vestida —la piropeó uno de sus compañeros.

Anahí lo saludó con un gesto y sonrió mientras se sentaba y encendía el ordenador. Buscó los informes de las últimas detenciones, los examinó atentamente, abrió el procesador de textos e intentó concentrarse en el trabajo.

Una hora después, los hombros le dolían de llevar tanto tiempo sentada frente al ordenador. Se estiró y decidió que una taza de café y un poco de chocolate la animarían, así que se dirigió hacia la máquina expendedora situada en el primer piso. Dios, odiaba hacer informes.

Un minuto después, estaba estudiando detenidamente la oferta de la máquina cuando alguien la llamó.

—¿Anahí? ¿Anahí Puente?

Anahí se volvió bruscamente. Por un instante, no reconoció al hombre que estaba tras ella. Iba esposado, escoltado por un policía, y era evidente que llevaba más de un día sin afeitarse. ¿Quién...? Y entonces lo reconoció.

—¿Heller? ¿Josiah Heller?

Por el amor de Dios, era un tipo de su pueblo, de Mississippi. Era increíble que se lo hubiera encontrado allí, en una comisaría de Los Ángeles.

—Vaya, Anahí, tienes muy buen aspecto —dijo él, intentando zafarse del policía que lo sujetaba—. Tranquilo hombre, la conozco.

Anahí miró al policía; no lo conocía. E, intentando mantener su tapadera, adoptó la actitud chulesca de siempre.

—Te preguntaría que cómo te van las cosas —le dijo a Heller, señalando las esposas—, pero parece que mal.

—¿Qué estás haciendo tú por aquí? —le preguntó Heller.

—He venido a sacar algo de comer. Querían interrogarme, pero todavía no han presentado ningún cargo contra mí. Creo que el policía bueno ha querido demostrarme lo bondadoso que es dejándome venir sola hasta aquí. Como si no tuvieran cámaras observando todos mis movimientos... —rezó para que no apareciera en aquel momento ninguno de sus amigos.

—Sí, ya sé lo que quieres decir.

—¿Y tú qué estás haciendo en Los Ángeles? —preguntó Anahí, esperando que el policía que lo escoltaba tuviera paciencia suficiente como para dejarlos hablar durante un par de minutos.

—Un poco de todo. Ahora mismo estoy aquí por culpa de una falsa acusación. ¿Tú has vuelto alguna vez a casa?

Anahí negó con la cabeza. Ella no tenía ninguna casa a la que volver.

—Me enteré de que Maddie te pegaba —dijo Heller—. La muy zorra. Si hay algo que odio, es que maltraten a los niños.

Anahí estaba sorprendida. No había conocido muy bien a Heller cuando eran adolescentes, aunque había salido un par de veces con él, sobre todo para molestar a Maddie. Heller era entonces un chico muy problemático y, al parecer, no había cambiado.

—Hablo con mi madre de vez en cuando —continuó diciendo Heller—. Y a lo mejor te interesa saber que Maddie ha tenido un infarto cerebral. Al parecer, no lo va a superar.

Anahí contuvo la respiración. ¿Maddie se estaba muriendo?

—Vamos —dijo el policía, haciéndole perder a Heller el equilibrio.

—A lo mejor podemos vernos en otra ocasión —se despidió Heller.

Sonrió con malicia y recorrió a Anahí de pies a cabeza con la mirada. Anahí no fue capaz de contestar; en aquel momento, sólo podía pensar en las palabras de Heller: «Al parecer, no lo va a superar». Recordaba la última vez que había visto a Maddie, las acusaciones que le había lanzado dominada por el enfado, la confusión y el dolor.

El daño que le había hecho a Maddie. Y a April, y a Eliza.

Anahí se sintió enferma. Hacía años que no pensaba en aquel último día.

Se volvió y regresó prácticamente corriendo hasta su mesa. Tenía que terminar los informes y hablar con el teniente. Necesitaba unos días libres. Necesitaba regresar a casa. Tenía que ver a Maddie y pedirle perdón. Tenía que volver a Maraville y hablar con Maddie antes de que muriera para enmendar lo ocurrido. 

Peligrosas mentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora