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Chapter Thirty Two

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capítulo treinta y dos . . . ❞
AMELIA GRANGER

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Se había negado a mirarlo a los ojos porque el dolor en su pecho era tan fuerte que creía que se estaba desgarrando su interior. Sus labios se habían secado y su garganta casi se cerró por completo.

Quería ahogarse en sí misma.

No pensaba que las palabras pudieran ser un arma tan devastadora, y si era así, Draco estaba comenzando a matarla lentamente, vaciando su interior como si los sentimientos fueran algo de lo que no preocuparse, pero supuso que eso era lo que debía pasar.

La verdad duele y causa daño, pero finalmente, es la verdad.

Y cuando él estuvo a punto de decirla, ella se negó y escapó.

No quería escucharlo. No quería escuchar la verdad. Ella solo quería alejarse y no oír su voz. Quería encerrarse y olvidar cada día que había pasado junto a él, porque aunque no quisiera aceptarlo, siempre hubo una parte en su interior que le dijo que aquello estaba mal.

Que Draco Malfoy no había cambiado, y jamás lo haría.

Porque el bien y el mal nunca podrían estar del mismo lado.

Y aunque aquella mirada gris y fugaz la hubiera cautivado, no podía dejarse caer ante la oscuridad con tal facilidad.

Y mucho menos pertenecerle.

Por eso ahora sus dedos se enroscaron en su varita mientras se admiraba en el espejo. Sentía frío en todo su cuerpo, su piel estaba tersa y sentía como si una capa la cubriera por completo, ahogándola.

Miró la curva de su cuello, bajando por sus clavículas para llegar al fino encaje de su brasier, del cual admiró cada rosa enmarcada perfectamente hasta llegar a la varilla escondida tras la fina tela. Un escalofrío amenazaba su cuerpo, negándole bajar la mirada. No entendía por qué ahora le resultaba tan extraña y dolorosa pero, asumió que era la ira encapsulada en su cerebro, así que sin más, bajó la mirada.

Y ahí estaba.

Las letras perfectamente dibujadas sobre su piel, entrelazándose entre sí para reclamarla como posesión.

No, no lo sería.

Sus dedos se apretaron con aún más fuerza alrededor de su varita, y lentamente elevó su brazo, empujando la punta sobre su piel, lo suficientemente fuerte para poder sentir el pequeño dolor punzante sobre su costilla, pero lo bastante suave como para no hacerse daño.

Tragó saliva.

—Devanezco.

Su voz fue quebradiza. Podía sentir las palabras cortarse luego de salir de sus labios.

Su varita no reaccionó.

Tensó la mandíbula y volvió a tragar saliva, esta vez con más dureza. Su mente alejando cualquier pensamiento de duda y arrepentimiento.

—Devanezco.

Esta vez su tono fue más duro. Cada sílaba marcada con intención y acopladas del resentimiento que la mareaba, pero ni siquiera eso había parecido funcionar. Su piel seguía fría, su cuerpo añoraba calor, su mano temblaba sobre la madera.

No sucedió nada.

La frustración sembró su alma y sus ojos comenzaron a nublarse por la impotencia.

Sus uñas se enterraron en el dorso de su mano y la varita se enterró con aún más fuerza sobre su piel.

No se rendiría tan rápido.