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Chapter Thirty

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capítulo treinta . . . ❞
AMELIA GRANGER

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...me darás lo que quiero, ¿es un trato?

La voz de Ailaa no paraba de repetirse en su mente, aun cuando ya estaba en la mansión, recostada sobre las sedosas sábanas de la cama en la que Draco la había dejado.

Sola.

Ni siquiera le había permitido tocarla y fue un esfuerzo enorme para ella tener que rozar su antebrazo con sus dedos al momento de Aparecerse junto a él en la sala de la mansión.

Odiaba el sentimiento de ver las manos de Ailaa rozar sobre su camisa. La forma en que ella lo miraba y la manera en que él no se negó a ello. Había sido como si la torturaran, pero se había obligado a estar ahí, mirándolos, sus ojos manteniendo el contacto con sus movimientos, como si aquello no la afectara en lo más mínimo.

Y luego el se separó. Palabras salieron de su boca pero Amelia se negó a escucharlas. No sabía si su mente estaba tratando de bloquearlo a él, o a lo que creía que podía pasar.

Ahora ella estaba acostada. Su cuerpo moviéndose de un lado a otro. Su mente tratando de conciliar el sueño.

Él se había ido.

Había vuelto a Le Théâtre y la había dejado sola.

Miró el reloj de pared que se encontraba a su izquierda. El brillo del pequeño vidrio apenas la dejaba reconocer los números.

Amelia se puso de pie. Su camisón cayendo por sus piernas mientras los finos tirantes caían por sus hombros.

El dolor de sus pies era casi insoportable pero el suave algodón de sus zapatos de dormir le ayudaron a aliviar un poco el dolor mientras se acercaba a la cómoda donde residia su varita.

Volvió a levantar su mirada hacia el reloj.

2.43 am

Si no podía lidiar con su sueño, podría ocupar su tiempo en cosas más importantes.

Con rapidez, tomó su varita y caminó hasta el armario de la habitación, tomando una de las tantas batas color caramelo que se hallaban colgadas y perfectamente ordenadas.

Las deslizó por sus brazos mientras avanzaba hasta la puerta, despreocupada de que alguien pudiera oírla, al fin y al cabo, ni Narcissa ni Draco se encontraban allí aún.

Corrió escaleras abajo, enrollando su varita con fuerza por miedo. La mansión seguía siendo desconocida para ella pero alguna vez escuchó decir a Draco que durante las noches se activaban distintos mecanismos de protección en todo el terreno por lo que intentaba no tener mayor temor del que debería.

Los pasillos se hicieron casi infinitos mientras buscaba la biblioteca, susurrando un Lumos en el momento en que los pequeños candelabros no iluminaban su camino.

No le tomó más tiempo del debido llegar hasta las altas puertas de madera, las cuales abrió al instante, revelando el suave aroma a pergamino y el frío de una biblioteca desolada.

Amelia avanzó por la sala, caminando hasta la mesa donde aún se encontraban sus libros desparramados. La pluma de punta fina secándose por la tinta que había quedado en ella.

Miró por el ventanal. La lluvia sin cesar y los rayos de luz emitidos por el cielo, resonando de manera atronadora en el silencio de la mansión.

Era demasiada oscuridad...