—Yo lo hago, demasiado de hecho, y ahora mismo es gracias a usted. Es una compañía deliciosa y según tengo entendido ha heredado Greelane.

  –Lo hice, —respondió ella, sin decir nada más. Su hermano se lo había regalado al cumplir veinticuatro años. Había querido que tuviera un hogar cerca de él. Que viniera con una abundancia de tierra fue igualmente generoso. Su hermano era simplemente la mejor persona que conocía.

  –Eso nos  convierte en vecinos. Puesto que soy el dueño de Holdstoke Manor, —continuó.

  Ella lo miró fijamente por un momento, sin saber que decir a eso. Si Lord Wellingham era un Holdstoke, estaba más cerca de ella que su hermano en Simpson Castle.

–No sabía que había heredado.

  El dolor cruzó el rostro de su señoría y la luz burlona se atenuó en sus ojos. –Heredé la propiedad después de que mi hermano falleciera hace dos años.

  –Lamento su pérdida —dijo, automáticamente extendiendo la mano y tocando su brazo. En el momento en que lo hizo, se dio cuenta del error que había cometido. La conmoción recorrió su brazo, un rayo de algún tipo que nunca antes había experimentado. Eugenia se sentó más erguida, rompiendo su agarre.

  –Gracias. Mi hermano era un buen hombre, gobernado por vicios que otros buscaban en su beneficio.

Su señoría pareció deshacerse rápidamente de su melancolía y se volvió, mirándola. Tenía los ojos oscuros, casi grises, el azul tan tormentoso. Un hombre guapo y que conocía bien ese hecho.

  –Nos veremos a menudo entonces —respondió, mientras bebía un sorbo de agua, y deseando que su corazón dejara de latir tan rápidamente en su pecho. Él era simplemente un hombre. Un caballero como ningún otro. No había ninguna razón por la que su estómago estuviera revuelto con él a su lado, no era una debutante, había visto otros caballeros a lo largo de su vida.

Sus ojos sostuvieron los de ella y, de nuevo, sintió un hormigueo en la piel.  Oh Dios querido, el hombre era el pecado en persona.

  —He viajado desde Inglaterra, señorita Simpson. Tengo la intención de verla todo lo que me permita —respondió con una sonrisa un tanto maliciosa.

«¿qué quiso decir con sus palabras?» Por primera vez en su vida, la emoción revoloteó en su alma. Mantendría la mente al igual que sus opciones abiertas. Tal vez los libertinos fueran los mejores maridos después de todo. Y a este inglés ella le puso el ojo primero.

—Andrew sostuvo su mirada por más tiempo del que debería y se alegró de verla sonrojarse. Oh, sí, ella no era inmune a su coqueteo. En definitiva, no sería una tarea difícil ganar su mano y su casa al mismo tiempo.

Eugenia centró su atención en la sopa de col rizada, rica en color y el olor a verduras y caldo que tenía ante sí, y se preguntó por qué lord Wellingham diría algo tan inapropiado. Disfrutaba de su compañía, eso estaba muy bien, pero no debería habérselo dicho de una manera tan directa.
¿Qué le había pasado al hombre? Sólo se habían visto dos veces, tres si contaban el baile en el que se conocieron unas noches atrás.

  Si bien a ella no le importaba su compañía, también debía mostrarse cautelosa. Su atención particular no tenía sentido. La conocían como Lucky Gennie en Londres. Ganar maridos para otros, de alguna manera era su don.

Se le hacía extraño todo esto. Ella lo estudió mientras él tomaba un sorbo de su vino, y su estómago se revolvió de todos modos. Era tremendamente guapo. No sería una sorpresa que las mujeres acudieran en masa a él, que todo Edimburgo se agitara con su presencia en la ciudad este año.

  —Estoy muy decepcionado de no haberle hablado el otro día en el baile de los Bowie, señorita Simpson. Prométame en la mascarada de mañana por la noche me guardará el vals.

—Por supuesto, si eso es lo que desea. No me han pedido que guarde ningún baile de momento, así que escribiré su nombre en mi tarjeta de baile cuando me retire por la noche. Eugenia volvió a su comida. Si se concentraba en la sopa, el hombre a su lado seria menos divertido. Había tenido tanta mala suerte antes que no quería asumir que el la encontraba hermosa y deslumbrante. No era creyente del amor a primera vista, así que mejor llevar las cosas con calma.

Que su señoría pareciera genuino en su enfoque en ella era una diversión bienvenida. Un cambio agradable con respecto a sus temporadas pasadas.

El golpeteo de un vaso la saco de sus pensamientos y miro hacia arriba para ver al desagradable padre de Cecilia el conde de Aberdeen, de pie a la cabecera de la mesa. Era un caballero de aspecto duro y conocido por su severidad hacia los demás.

—Damas y caballeros, bienvenidos a McDonald Castle. Mi hija y yo esperamos que su estadía aquí sea agradable y memorable también.

Para nadie paso desapercibido la mirada de desaprobación hacia su hija, y los dos no invitados londinenses.

Para nadie paso desapercibido la mirada de desaprobación hacia su hija y los dos no invitados londinenses.

—Cecilia—. El conde hizo un gesto a su hija. —Deseas agregar algo más.

—Poniéndose de pie —Ella añadió. Espero que todos tengan una estadía maravillosa. Cecilia se sentó y sonrió a la mayoría de los invitados.  

Todos los invitados levantaron sus copas y brindaron por el discurso de los anfitriones.

—Por los bailes de máscaras, señorita Simpson —dijo, golpeando su copa contra la de ella.

—Por supuesto, —respondió ella, insegura de como reaccionar ante la mirada de un hombre que la miraba como si quisiera devorarla, como un zorro ve un conejo. Siguieron haciéndose miradas furtivas y pequeñas bromas durante lo que duró la cena. Al terminar los hombres y las mujeres se separaron y ella aprovechó para irse a su cuarto a descansar y pensar en todo lo que había sucedido durante el día.

¡¡Feliz fin de semana!!
No sé ustedes, pero ya quiero que llegue la fiesta.
No sé que sucederá, pero estoy muy nerviosa. 😈😈

Nos leemos la siguiente semana

Las Mentiras del MarquésWhere stories live. Discover now