Nervios

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Cora

—¿Estás bien?

Pregunta Berni mientras me miro al espejo. Ella está preparada con un vestido color crema que le llega a los tobillos, parada sobre tacos lila que la hacen ver casi tan alta como su novio, su pelo cae largo y perfectamente planchado sobre su escote y tiene el maquillaje que resalta sus ojos gatunos. Yo asiento con la cabeza sin decir mucho.

—Listo.— Dice Ian parado detrás mío. —¿Estás?

Vuelvo a asentir con la cabeza. Los nervios me dejan sin poder emitir un sonido, él está vestido con un traje oscuro, de camisa y corbata también negras. Ian empieza a entrelazar sus dedos con los lazos blancos ajustando la parte de arriba de mi vestido, lo que hace a sus anillos tintinear a mi espalda. Tomo aire y él tira fuertemente de ambas puntas para ceñir el corset sobre mi cintura.

—Sos un genio, Ian. Nadie se va a dar cuenta.

Exclama Jimena distribuyendo pequeños pines con pequeñas flores por mi cabello. Le pedí algo simple, pero como siempre, lo que para Jimena es simple para mí es exuberante. Ella tiene el mismo vestido de Berni pero con una modificación para que el volado le llegue hasta los muslos, sus rulos están recogidos en la base de su cabeza en un peinado alto y aunque también está maquillada y vestida como Berni, Jimena parece su total opuesto, con cuerpo de ángulos redondeados y una cara más suave.

Tengo el pelo suelto, pero ondulado, ella se tomó el tiempo de preparar cada mechón para que mi frizz no se apodere de todo a su paso y de maquillarme levemente para que no se me note la palidez.

—Ya está.

Dice Ian sin mucha emoción, peinando su cabello una vez que termina de cerrar el vestido blanco vaporoso que terminó modificando para mí. El cual Berni modeló para la tesis de Ian, fue ella la que terminó pidiéndole a Ian el vestido para la ocasión pero como su cuerpo es muy distinto al mío, Ian tuvo que trabajar un mes entero para prepararlo, haciendo un par de agregados para que mi secreto no se note.

—Suerte.

Dice Ian palmeándome la cabeza y es Jimena la que se queja de que está arruinando mi peinado.

—Te vemos afuera.

Completa Berni siguiendo a Ian de cerca. Ambos parecen estrellas de cine, altos, esbeltos y bellos. Salen por la puerta de la habitación del hotel que reservamos para realizar la ceremonia. Una vez que Jime termina con mi pelo me da un beso en la mejilla y me ve a través del espejo.

—Sos una novia hermosa. Todo va a salir excelente.

Estruja mis hombros desnudos con sus manos.

Todavía sin recobrar la calma ni la lengua, me quedo en silencio. Ella termina dejándome sola saliendo por la misma puerta que los chicos. En mi soledad me quedo contemplando mi reflejo en el espejo. El vestido de color crema llega hasta mis pies y gracias al corsette y unas pinzas en los hombros, casi no se nota que subí de peso.

Una lágrima recorre mi mejilla porque esto no es lo que había soñado ni lo que estaba en mis planes.

La puerta se abre una vez más y mi papá entra en la habitación con un traje marrón oscuro y el pelo peinado hacia un costado con gel, en su bolsillo una pequeña rosa blanca hace juego con las rosas blancas de los peinados de mis amigas.

—Estoy tan emocionado.

Dice él empezando a lagrimear, con él una lágrima más escapa de mis ojos. Mi papá saca del bolsillo del pantalón un pequeño pañuelo celeste, el cual me extiende después de secarse las lágrimas primero.

—Tomá. Lo traje por las dudas... no te arruines el maquillaje todavía.

Tomo el pañuelo con mis dedos y comienzo a jugar con él en vez de limpiarme. Mi papá se acerca a mí y en el pecho del vestido coloca un pequeño pin dorado, una pequeña cruz que brilla con un pequeño diamante en el centro.

—De tu mamá.

Explica. Y yo me pregunto si mi mamá estará viéndome en este momento, si estará avergonzada de mis actos, de mi vida, de mis mentiras. Nunca dejo de mentir. Tanto que le recriminé a Andy algo que yo hago compulsivamente. Pienso en él y en qué diría si estuviera acá en este momento. Un pequeño impulso me lleva a pensar que quiero que venga, que esté acá conmigo. Dios mío, tanto miento que ya me estoy mintiendo a mí misma una vez más. Quiero que venga, que me rescate de todo esto, quiero desaparecer con él. Irme al fin del mundo y no volver. Pero no puedo hacer eso, ahora ya no estoy pensando solo en mí.

Mi mano se posa en mi estómago y mi mirada se fija en el borde del vestido y cómo se dobla sobre sí mismo en el suelo.

Hay veces que me alegro de haberme ido de casa, de haberlo seguido. Otras veces solo me gustaría nunca haberlo conocido, todo dolería mucho menos. Porque ahora que probé lo que era la felicidad, sé lo difícil que es mantenerla en la vida real y lo complicado que es volver a encontrarla cuando todo pasa sin que podamos parar el tiempo.

Cierro los ojos y me acuerdo de Andy acostado en mi cama en el departamento fumando un cigarrillo. Él se da vuelta para mirarme y me dice:

—Estás preciosa.—Mi papá llama mi atención. —Esto es todo lo que siempre quise para vos.

—Lo sé. Estoy feliz de que estés tan feliz, pá.

—No todo es perfecto. Pero es casi perfecto. El pasado hija, se puede dejar enterrado atrás. Desde ahora vamos a mirar hacia adelante ¿Sí? Todo lo que viene va a ser bueno. Ya vas a ver, te lo aseguro. Dios tiene grandes planes para personas especiales como vos.

—Lo sé.

—Estoy orgulloso.

Mi papá me toma de ambas manos y no tiene que decir nada. Vuelvo a cerrar los ojos, no para no pensar en nada sino solo para escuchar lo que sale de su boca. Una pequeña oración que ya no significa tanto para mí como solía hacerlo.

—¿Crees que Dios de verdad todo lo perdona?

Mi papá suaviza la mirada.

—Sí, lo creo. "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad."

—1 Juan 1:9 9

—¿Qué pasa si nunca confesamos nuestros pecados, pá?

—Simplemente estamos perdidos. ¿Hay algo que quieras confesar? Estoy acá para escucharte, podemos tomarnos este momento. Quiero que camines hacia ese altar, pura y limpia.

—No.

—Dios te bendiga.

Él besa mi frente con cuidado. Tomo su brazo y ambos salimos por la puerta al patio del hotel, donde una banda de cuerdas empieza a tocar música una vez que tienen la señal.

Mi papá me pone el velo sobre la cabeza justo en el momento que las lágrimas empiezan a recorrer mis mejillas. Él me susurra que deje que la felicidad me invada, yo no respondo y ambos empezamos a caminar hacia el altar.

Cuando veo que todo es tan exuberante, la decoración, las flores, la banda, la cantidad de invitados, todo preparado por Esteban, me río y pienso en cómo estaría quejándose Andy de lo exageradamente romántico que se ve el conjunto.

Divisando a Esteban en el altar, solo lo imagino a Andy en su lugar. Me gustaría que fuera él quien estuviera ahí. Pero no tendría a mi padre llevándome del brazo si así fuera y sé que es algo que él nunca haría. Porque Andy sí es libre, no como yo, que sigo prisionera de todo y volví al lugar donde empecé, como si nada hubiera pasado, como si no hubiera aprendido nada de todo lo que él me enseñó.

Cierro los ojos y me vuelvo a decir a mí misma que no hago esto por mí. Lo hago por quien llevo dentro mío. A quien todavía no conozco, pero ya amo. Para darle todo lo que necesita, porque se merece más que nadie, una buena vida, una feliz. Una normal. Una estable.

MomoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora