Diario de a bordo {33}

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Nota: Este capítulo está dividido en dos partes, así que esta y la siguiente van enlazadas

***


No recordabas muy bien qué camino seguiste ni hacia dónde te conducían, pero cuando saliste de tu neblina estabas subiendo las escaleras de un edificio, enfocando los escalones de madera mientras limpiabas tus lágrimas con la manga de tu blusa. Tenías la nariz congestionada, los ojos rojos y la garganta adolorida, pero gracias al cuello alto de la chaqueta militar pudiste ocultar esos signos de llanto silencioso hasta que atravesaste la entrada de una vivienda.

Midoriya mantuvo la puerta abierta para ti, dándote una mirada empática y cariñosa cuando le ofreciste una sonrisa débil mientras te señalaba la sala de estar. El mobiliario era básico y humilde, con un sofá quejumbroso bajo la ventana del segundo piso, un sillón con los reposabrazos arañados, una mesita baja de café y una librería repleta de libros y pergaminos que se derramaban por sus estantes sin ningún tipo de orden ni fundamento. Al darse cuenta de ese desastre, el peliverde corrió para ahuecar los cojines, cubrir los desperfectos del sillón con una manta y empujar hacia dentro los papeles que colgaban de la estantería, rascándose la sonrojada mejilla con un dedo cuando se volteó con visible vergüenza en su pecoso rostro.

Pensaste que no se veía tan mal después de haber estado en el camarote del capitán... con todo abarrotado de objetos extraños provenientes de los lugares que había saqueado. Quizás los muebles del pirata sí eran de mejor calidad y las decoraciones más exóticas y llamativas, pero el apartamento de Midoriya te trasmitía un reconfortante ambiente hogareño y familiar que te hizo inspirar hondo para sentirte como en casa... a pesar de que pensar en Bakugō te provocó una punzada en el pecho.

—Tengo algo de ropa que puedo prestarte —tu acompañante sugirió conforme se remangaba la camisa blanca que portaba—. Por suerte el charco en el que caíste provenía de la lavandería y no de las aguas fecales...

Midoriya no siempre fue bueno con sus comentarios informativos, pero formaba parte de su personalidad ser así de honesto y analítico con su entorno.

—Qué consuelo —te quejaste, queriendo deshacerte de tu ropa mojada—. Maldición, ¿por qué siempre tengo que acabar el lodazales o charcos cuando me empujan o me tiran? —mascullaste con irritación al rememorar el otro incidente con Mineta en la isla—. Condenada mala suerte.

—¿Desde cuándo maldices tanto? —él preguntó inocentemente cuando se dirigía a su habitación.

Separaste tus labios para echarle la culpa a cierto bucanero de cabello rubio... pero de nuevo sentiste ese peso plomo hundiéndose en tu estómago y negaste con la cabeza, quedándote en la salita sin mediar respuesta. Midoriya regresó con una muda y te la entregó para tomar de vuelta su chaqueta militar y colgarla en un perchero que había en el rellano, sin ahondar más en la cuestión que te hizo... pero observándote con apego.

—Puedes cambiarte en mi habitación. Es la segunda a la derecha —te señaló el pasillo que quedaba a su izquierda y tú le agradeciste con un cabeceo.

No querías ir arrastrando los pies, pero sentías que incluso el alma te pesaba y que tu mente vagaba una y otra vez en la escena del callejón. ¿Por qué Bakugō estaba tan molesto contigo? ¿Por qué no se paró a pensar por un maldito momento o, al menos, tuvo la poca paciencia de esperar una explicación de quién era Midoriya para ti? ¿Acaso era tan jodidamente terco y orgulloso que no veía más allá de un uniforme azul marino? ¿Dónde cabía la posibilidad de que se sintiera amenazado cuando el soldado ni siquiera conocía su "profesión" y modo de ganarse la vida? Deberías haberlo previsto, por supuesto... Estabas debatiendo la arrogante existencia de Bakugō Katsuki, capitán pirata, navegante experimentado y más duro de mollera que un travesaño que sostenía el cascarón del barco de un extremo a otro. Porque así era él, un idiota extremista que veía todo de dos maneras: blanco o negro, amigo o enemigo, camarada o traidor...

La Perla Carmesí [Bakugou x Lectora]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora