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—¿Dónde dejo este, mamá?

—Ese sí hay que desecharlo —respondió ella.

—Es una lástima, ¿qué les habrá pasado?

—Debe ser una plaga.

Asumí que podría ser cierto.

La mitad de sus plantas amanecieron muertas, sus hojas verdes se habían secado y perdían color de manera irreversible.

Mamá me pidió que la ayudara a clasificarlas, porque no quería que las demás en buen estado sufrieran el mismo destino que sus compañeras.

Mientras me ocupaba de eso, recordé que Hunter parecía el mismo y a la vez no.

Atento, cariñoso, respetuoso, leal u honesto, eso era antes de que se suicidara aquella terrible mañana. Bueno, seguía siendo eso, pero una parte de él, la que jamás se atrevió a salir a la luz, me intrigaba demasiado.

Se volvió muy posesivo, controlador y podría decir que hasta inseguro, porque quería saber qué hacía en todo momento, adónde iba, con quiénes estaría o cuánto tiempo tardaría en hacer lo que sea que estaba haciendo.

Llamé varias veces a su madre, ansiosa por saber si ella también notaba su raro y enfermizo comportamiento, pero afirmó que todo estaba bien con él. Incluso juró que Hunter me protegería del mundo... aunque eso no aclaraba por qué él revisaba mi teléfono constantemente.

En una ocasión sucedió frente a mis amigos y no pareció importarle, según Hunter, se aseguraba de que no le fuese infiel.

Furiosa, le arrebaté el teléfono.

Fue una discusión corta, llena de rabia y mis razones estaban bien fundamentadas, por lo que Hunter aceptó su falta y arrebato, y acabó por pedirme perdón. Me llevó casi un día hacerlo, y lo hice porque no quería retener el coraje en mi interior y también porque noté a primera vista que empezaba a ver los efectos de mi error.

Error de revivirlo.

Confronté a Hunter y le advertí que dejara de comportarse como un tonto y tomara en serio nuestra relación, más ahora que mis papás me respaldaban, de lo contrario, estaba dispuesta a dejarlo tan pronto como pudiese.

Hunter admitió que se sentía culpable y accedió de inmediato, sin embargo, sentía dudosa.

Lo conocía bien, claro que sí, pero su forma de actuar me parecía incorrecta, en todos los sentidos. Eso me causaba un sufrimiento que apenas había empezado y era una carga que no quería sobrellevar. Mis hombros no soportaban tanto peso y sentía que me deslizaba a un abismo donde sería imposible salir y ver el resplandor de las estrellas.

Aun así, me prometí que rompería las cadenas.

Lamentablemente ese jueves no tenía pensado asistir a clases, pues me abrumaban demasiado. Las primeras horas fueron aburridas, estresantes y poco innovadoras. No obstante, los temas que impartía el profesor Parrish eran mis favoritos, de hecho, podía asegurar que era el único de todos los profesores que realmente era bueno en su profesión y lograba mantener a toda la clase interesada, animada y muy participativa con la ayuda de las actividades que planificaba.

Incluso nos permitía dar nuestras opiniones y debatir alguna de ellas, claro, siempre evitando que en el resultado final no hubiese algún tipo de altercado.

Sin embargo, de un momento a otro, ya no soportaba escucharlo hablar empleando su voz, gesticular y presentar los contenidos usando carteles tan bien decorados y llenos de una escritura impecable que parecían hechos por una apasionada estudiante de pedagogía.

La asíntota del mal [#1] - ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora