Prólogo

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PRÓLOGO

El primer encuentro entre Martín y Laini fue un 5 de febrero cuando empezaron las clases de un nuevo semestre en el Instituto Milae. Él estaba siendo presentado a los alumnos por la directora cuando la joven pelirroja irrumpió en el salón de clases haciendo escándalo por el largo de la falda del uniforme.

—¡Ja! Estas faldas parecen de monja —escuchó una aguda voz en la puerta del salón pero Martín estaba casi seguro que aquellos dos grandulones con rostros serios de pie en ese lugar no eran los dueños de esa voz. Pero sí se preguntó si eran basquetbolistas porque fácilmente le sacaban 15 centímetros de altura, y él no era un hombre de baja estatura.

La directora cerró los ojos y Martín intuyó que era algún método de relajación para mantener la paciencia. Los dos jóvenes parecían petrificados en la puerta y aunque no habían dicho ni una palabra sus expresiones parecían estar pidiendo permiso para entrar al aula. En el momento en que la directora abrió la boca para hablar de nuevo volvió a sonar la vocecita aguda.

—¿Por qué no se mueven? ¿Cuándo piensan entrar? —presionó.

—Laini —habló la directora después de lanzar un suspiro—. Es el primer día de clases, por favor —pareció decirle aquello último casi como una súplica.

La directora asintió y los dos jóvenes se apresuraron a entrar al salón dejando a la vista a una pequeña pelirroja con una falda gris que le llegaba por debajo de la rodilla y un saco del mismo color que era un par de tallas más grandes o tal vez Laini era un par de tallas más pequeña. Lo que fuese, si cualquier persona hubiese visto a esa joven de espalda y con ropa casual podría haber pasado por una estudiante de primaria, era impresionante que seguro no medía más de metro y medio.

—¿En serio? —Laini señaló su ropa—. ¿Todos los semestres serán así? —empezó a acercarse a la directora hasta que quedó frente a ella. Martín seguía de pie, sin moverse—. Por suerte esta vez traje conmigo un kit de costura. Pero es imperdonable, no todos podemos medir lo que los niños ricachones de los otros edificios miden, disculpa Sandra, pero durante mi infancia no pude consumir el suficiente calcio para crecer, espero que consideren mandar a hacer los uniformes de tallas más pequeñas.

La directora se sobó las sienes y Martín se sorprendió con la forma tan casual de la joven al hablarle, como si no la viese con la autoridad que debía y él aún no se atrevía a llamarla por su nombre a pesar de que ya haber tratado con ella un par de meses antes de iniciar las clases.

—Puedes dejar tus quejas para después —dijo la directora y lo señaló con su mano derecha—. En este momento estoy presentando a su nuevo profesor. Haznos el favor de sentarte para que pueda continuar con la introducción.

Los ojos de Laini se dirigieron hacia él dedicándole una sonrisita antes de encoger los hombros.

Bene —contestó la joven y se giró quedando frente a los alumnos, señaló a un muchacho sentado en el primer asiento de la fila de en medio—. Tú, gracias por apartarme el lugar, pero ya puedes quitarte.

El muchacho rodó los ojos levantándose a regañadientes como si no tuviese otra opción, Laini sacudió el asiento antes de sentarse, dejó caer su mochila de golpe y se apoyó en el respaldo.

—No era mi intención interrumpir —le comentó a la directora y asintió con la cabeza como si le estuviera dando permiso para proseguir.

La mujer suspiró y continuó hablando volviendo a los alumnos con una expresión seria, digna de temer.

—Como estaba comentando antes de la interrupción, él es Martín Valenzuela, estará impartiendo la clase de Matemáticas debido a la jubilación de la profesora Fuentes...

30 días para enamorarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora