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T R E C E


Los días jamás volvieron a ser iguales desde que mi madre regresó.

Ya había pasado una semana desde mi enfrentamiento con ella, pero la incertidumbre de que en algún momento apareciera en la puerta principal, dispuesta a instaurar el caos, no dejaba de oprimir mi pecho.

Tuve que recordarme en más de una ocasión que yo ya no era la niña que ella abandonó, y que tenía que afrontarlo de una manera distinta a la del pasado. Pero era fácil decirlo, complejo hacerlo. El problema radicaba en que desconocía como hacerlo. Mi papá trató por todos los medios posibles curar mi herida, incluso me llevó a terapia, pero que tu propia madre no te quiera es un tipo diferente de dolor que nunca se supera por completo.

Aun así, durante esos días, traté de evocarla en mi mente lo menos posible. Concentré mi tiempo en los últimos días escolares, en la búsqueda de posibles universidades, y en la tradición.

En especial, en la tradición.

Interactué con Brent en todo momento, y no dudé en aprovechar cualquier oportunidad que nuestra cercanía me brindó. Al final del viernes, Colton me comprobó lo entusiasmado que él estaba por mí. Menos mal había funcionado adoptar sus gustos para que él pensara que era su chica perfecta. Si en un inicio estaba encantado por la posible idea de mí, ahora parecía fascinado de que nuestros caminos se cruzaran, por lo que decidí que ese fin de semana lo dejaría para mí.

Era sábado, y no planeaba despertarme hasta que el sol volviera a esconderse.

Me acorruqué con mis gatos, uno de ellos capturó mi mano como si fuese una almohada mientras que el otro se enredó en mi cuello. Luego de haberme despertado para ir al baño, estaba sumergiéndome de nuevo en mis sueños, hasta que mi música de fondo fue interrumpida por el sonido de una notificación.

Tomé mi celular para ponerlo en modo avión.

Rumsfeld: "Buenos días, Grayson. ¿Cómo amaneciste? ¿Ya estás despierta?"

Astrid: "¿Buenos días?"

Rumsfeld: "Así no es como debes responder a un mensaje de buenos días".

Arqueé una ceja, atónita. ¿Existía la posibilidad de que siguiera dormida? Él nunca me había deseado los buenos días. Y eso que desde hace semanas me llamaba y enviaba mensajes por las mañanas para hablar sobre los gatos o la clase de teatro.

Astrid: "¿Por qué me estás enviando los buenos días?"

Rumsfeld: "¿Qué tiene? ¿No puedo hacerlo?"

Astrid: "Es extraño..."

Rumsfeld: "¿Te incomoda que lo haga? Puedo parar si me lo pides".

Dudé en mi respuesta, pero al final expuse mis pensamientos.

Astrid: "Depende. ¿Lo estás haciendo por lástima?"

Rumsfeld: "¿Por lástima?"

Astrid: "Sí, por lo de mi madre, por lo del armario, por lo del museo. ¿Esa es tu razón de ser amable conmigo? Porque si es así, entonces puedes parar e irte al infierno".

Rumsfeld: "No, no es por eso, Grayson".

Astrid: "Bien... Buenos días también para ti, Rumsfeld".

Rumsfeld: "Lo ves, no fue difícil".

Los gatos se removieron en la cama, y comenzaron a maullar. Intenté volverlos a acostar, pero apenas acomodaba a uno, el otro saltaba al piso, y viceversa. Suspiré, y fui a comprobar que tuvieran alimento.

Prometo Destruirte. [Nueva versión]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora