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Desencuentros

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⠀⠀‹‹Solo imagina lo precioso que puede ser arriesgarse y que todo salga bien››.
MARIO BENEDETTI

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19 de febrero de 2013

Aquella noche, el cielo encapotado no dejaba lugar para la luz de las estrellas. Un manto recaía en cascada sobre las cabezas jóvenes deseosas de bañarse en alcohol y lujuria. Una adolescente de catorce años daba sus primeros pasos hacia la madurez, hacía gala de una falsa experiencia en pos de no parecer la chiquilla aterrada y mimada que escondía bajo una camisa semiabierta . Intentaba vagamente alisar los pliegues de su falda. Un claxon pitó, Alissa dio un brinco y recibió un par de insultos. Aquella era su primera fiesta, su primera cita con otro adolescente. Las horas volaron, el alcohol acalló los rumores que corrían como pólvora por los pasillos del instituto Worthgate sobre lo controlador y exigente que era su padre, el policía. Alissa fue arrastrada calle abajo por una muchacha que le ofreció la colilla de un cigarrillo prácticamente consumido. Ella se negó, pero entre la nebulosa nocturna pudo distinguir la figura encorvada y un par de ojos saltones metidos en un coche viejo, vigilándola en la distancia. Pegó sus manos apretadas a las rodillas y caminó avergonzada, con la cabeza gacha y los dientes presionando unos contra otros. Eduardo Gálvez observó a su hija aporrear el cristal, sus mejillas lavadas en furia. Sabía que lo que hacía estaba mal, lo supo ni bien salió de su casa y se subió al automóvil , pero al ver la expresión avergonzada y furiosa de su hija, se sintió el peor de todos.

—Alissa, hija... —No supo qué decir cuando ella se metió en el vehículo y cerró la puerta. Había arruinado su noche y parecía dispuesto a arruinar el resto de su vida.

—¿Cuántos años estuviste rellenando papeleo y persiguiendo carteristas, papá?

—Cinco.

—Durante cinco años te enseñaron disparar, a seguir tu intuición, a prepararte para el futuro. Pero la vida papá no tiene periodo de preparación. Un día un padre se despierta y tiene que asumirlo. Ha llegado el momento de que su pequeño se enfrente a la práctica y deje atrás la teoría. No puedes protegerme de mi propia vida. Tienes que dejar que me estrelle, papá.

La mano de su padre la detuvo antes de que se pusiera el cinturón de seguridad; bajó y rodeó el auto para abrirle la puerta a su hija. Alissa tenía razón: si tenía que estrellarse, debía hacerlo sola. Si tenía que triunfar, debía hacerlo sola. Él no era su hija y su hija no era él. Pero podía confiar en ella, sabía que era una joven inteligente...

Lo que Gálvez jamás pudo imaginar es que, hasta la mujer más sensata, es capaz de perder la cabeza por el hombre equivocado.

Alissa se recostó en su cama, mordiéndose el labio inferior mientras su otra mano se deslizaba bajando su falda, dejando su inocencia manchada al descubierto.

—A veces, unas simples palabras pueden ser más eróticas que cualquier toque cuando las dice la persona correcta. Me sobra toda la ropa que llevas y me faltas tú, Alissa. Quítatela.

Bajó la prenda hasta sus tobillos y utilizó sus pies para empujarla hasta el suelo. La ropa interior se le había humedecido y el calor se propagaba a toda velocidad a través de su cuerpo. Palpó la piel de su cadera, bajó despacio y sin prisa hasta alcanzar su punto de placer y gimió al teléfono.

—No son tus dedos los que te tocan, son los míos. Estoy encima de ti y te digo que abras las piernas solo para mi. Si tan solo pudiera pasarte la lengua...

Existía un definido contraste entre las reacciones de las dos personas al teléfono. Por un estaba Alissa, quien se masturbaba siguiendo las indecentes indicaciones de su, aparentemente, nuevo novio en la cama de sus propios padres. Gálvez y su esposa estaban haciendo una nueva visita al hospital. La habían dejado sola y Alissa fue la primera en enviarle una foto atrevida a Sebastian.

La línea del placer [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora