Marllorie dio un paso hacia Neana siseando enfurecida, pero el anciano la detuvo.

—Conoces las leyes, no puedes utilizar magia contra nosotros.

Espasmos de rabia sacudieron su cuerpo, tenía miedo, pero el ardor era mayor. Se estaba quemando.

¿Leyes? ¿Cómo se atrevían?

Hipócritas —escupió enardecida, en su mente la voz de Hurcan le dijo lo mismo—, ¿Cuáles leyes? ¿Las que prohíben que los hombres alados tomen hembras del bosque? En ese caso tú mismo deberías estar arrodillado junto a mí.

Guardianes cayeron sobre ella, la callaron con la mordaza una vez más  y sujetaron sus muñecas con una cuerda mágica que la obligaba a contener su magia, que aunque no fuera muy poderosa, seguía causando escándalos entre los alados.

—Este tipo de faltas no pueden ser tolerados, no importa que falten testigos, yo le creo a Marllorie, es una guerrera confiable y le otorgaré el poder de dar el castigo. Que el hada sea azotada será suficiente, ¿de acuerdo?

Los otros tres miembros del consejo dudaron, una de ellos era una mujer, su cabello era rojo como la sangre y su piel blanca como la piel de un conejo invernal. Ella mostró sus dientes caminando al frente, sus ojos fueron hacia el anciano.

—Es solo una niña —espetó en voz alta—. Azotarla por esto es absurdo, escoge otro castigo.

—¿Te parece absurdo que me haya atacado, Daniel? —chilló Marllorie caminando hacia la pelirroja.

—Me pregunto qué fue lo que hiciste tú, Marllorie —soltó con dureza. Las aladas se miraron, retándose la una a la otra, la de pelo rojizo continuó: —. Todos conocemos tus berrinches de mujer despechada, espero que hayas caído tan bajo como para llevarte a una niña hada por delante.

Marllorie hizo una mueca de ofensa, tan bien hecha que por un momento Neana pensó que en realidad todo lo que ocurría era por haber usado su magia contra ella y no por otra cosa.

—Será castigada por haberme tocado con su magia asquerosa —habló con autoridad Marllorie, quitó su mirada de la pelirroja y la dirigió a los demás miembros del consejo—. Si las hadas jóvenes piensan que pueden hacernos esto sin recibir castigo es porque están olvidando de lo que somos capaces. Déjenla ir y las hadas pensaran que nos hemos ablandado —su voz era baja, para que solo ellos la escucharan—. Castíguenla hoy y el respeto se forjará con más temple.

Los otros dos hombre se miraron entre sí antes de asentir hacia Marllorie, Neana sintió como la sangre se le filtraba del rostro. Ella negó, intentaba quitarse la mordaza.

—Déjenla defenderse al menos —presionó Daniel, la mujer que intentaba detener aquello—. Que nos cuente su versión.

—Mentiras —corrigió Marllorie—. Las hadas son tramposas, no les creo y nunca les creeré. Es momento de que sea castigada.

Neana enderezó la espalda y esta vez quiso retroceder, pero Marllorie la alcanzó rápido. Sin ningún tipo de cuidado le quitó la bata que cubría su cuerpo y expuso su espalda al resto de alados, alguien le pasó el látigo y lo azotó contra el aire. El sonido hizo que su respiración se detuviera, presionó sus brazos contra sus pechos desnudos y dirigió su mirada hacia la mujer que iba a azotarla.

La crudeza de sus ojos hizo que la alada enfureciera.

Vienve ent erser, se dijo cerrando sus ojos y esperando.

Marllorie la azotó. Estaba furiosa y con odio hizo que pagara la espalda del hada. En su piel seguía habiendo vestigios de las delicadas alas que habían sido dibujadas de blanco y plata. Pronto el único color que hubo fue el de la sangre. 

Vienve ent erser. No dejaba de repetir.

Su piel se rasgó, la sangre salpicó y Marllorie no se detuvo hasta que alguien la derribó. Neana no podía ver, todo de lo que era consciente era del dolor, pero aun así escuchó a Daniel decir: —La vas a matar.

—Es lo que se merece —siseó la alada de vuelta.

—Suficiente —esa era la voz del anciano—. Terminamos aquí. Marllorie, sus crímenes fueron pagados, el hada podrá irse y seguir con sus trabajos…

—Si no queda inútil por el resto de su vida —interrumpió Daniel con rencor.

—Eso se escapa de nuestras manos —dijo el anciano—. Nos vamos. Todos. Que alguien venga a recoger al hada…

Ni siquiera sabían su nombre, ni siquiera lo habían preguntado. En su fuero interno Neana no parecía sorprendida, ella sabía que una vida como la suya no significaba nada para ellos.

Pero eso iba a cambiar.

El cielo es mi sueño, pero yo no soy su esclavo.

El Caballero y el hadaWhere stories live. Discover now