13. Chismes

272 24 4
                                    

Capítulo trece
Chismes

Aspiro el frío que recae en mi rostro, la ventana abierta y el aire nocturno comienzan a transmitirme esa tranquilidad que buscaba. La mejilla y mi labio arden, vaya que ese troglodita tiene mano pesada, probablemente, tenga la nariz muy roja porque Fernando sube la ventanilla de mi lado ganándose una mala mirada de mi parte. Se da cuenta e inmediatamente, agrega:

—Lo siento, Alex, pero vas a enfermarte. Hace mucho frío.

Lo sé, cuando nos acercamos al otoño los vientos se vuelven más detestables. Mi garganta siente esa punzada que te da cuando te expones mucho tiempo a lo frío.

—Da lo mismo. —recargo mi frente en el vidrio, contemplando los coches formados en hileras mientras los cláxones de la hora pico de esa noche molestan como si fueran los únicos con prisa.

—¿Me dirás que paso?

—Me caí.

—¿De verdad? — cuestiona enarcando una ceja.

—Si, siempre he sido descuidada.

¿Por qué mentía? ¿Para salvar a Hamilton o porqué no quería que Fernando supiera que estaba con él?

—¿Qué hacías en ese lugar? Creí que tú no ibas lejos de tu casa.

—No está muy lejos. — en realidad, no tenía ni la mínima idea en donde rayos estaba, aunque Fer no sabe que no lo sé.  Da lo mismo.

—Alex, ¿en verdad, esperas que me crea eso?

Lo miré de reojo, fingiendo que estoy poniendo atención a los carros de enfrente mientras maneja.

—¿Por qué no lo harías? — me encojo de hombros. Aun podía sentir la punzada en mis ojos, por haber llorado de la forma en que lo hice.

—Alex, dudo que exista una caída tan poderosa que te dejé el labio roto y la mejilla amoratada.

Al oír lo último sentí un escalofrío recorrer desde mi espina dorsal hasta expandirse por todo mi cuerpo.  ¿Amoratada? Oh, por Dios, ¿qué le diré a mi mamá cuando me vea? Rosa de Guadalupe, te lo suplico, demuestra que existes y haz tu magia para que desaparezca, prueba que no eres sólo un tonto programa de una compañía chunda.

—Además, estabas llorando mucho.

—Porque me dolió caerme, Fernando. Por lo regular, cuando la gente se lastima suele derramar unas cuantas lágrimas.
—Si, momentáneas. No unas que parezcan de rabia como las tuyas.

—Detesto ser torpe.

—Y también haz actuado de una manera alejada a la realidad.

El semáforo vuelve a cambiar de color, y avanza. Yo me giro y me quedo obsevándolo sin entender eso último.

—¿A qué te refieres?

—Si, solo hubiera sido un golpe superficial como haz alegado, desde hace rato me hubieras bombardeado con preguntas sobre este auto o me hubieras pedido que parará y subieramos al cachorro que dejamos atrás.

DESASTRE CON "L"©Where stories live. Discover now