°•Capítulo 1•°

29.8K 1.8K 373
                                    

-Kiwa-

Era una mujer más en este asqueroso colegio católico. No entendía nada y el porqué ha de ser tan importante ir a misas o cosas así, siendo que la iglesia es un asqueroso negocio y centro de cubrimiento de las atrocidades que hacen los curas, sacerdotes, etcétera. Por las monjas de este colegio, yo era la representación del diablo en vida, nunca lo entendí, pero quizás hacía algunas cosas que ellas no estaban de acuerdo en que ocurrieran. Por ejemplo, odiaban mi estilo de vida dentro del orfanato y cómo profanaba las reglas y las formas de vestir.

En fin, no tenía porqué darles en el gusto a esos vejestorios.

Desde hace un tiempo, he estado viendo unas extrañas criaturas que se posaban en los hombros o espaldas de las personas, no entendía tampoco qué eran o porqué las podía ver, ya que nunca fui excéntrica en el tema de lo paranormal. Pero no tenía miedo, por alguna extraña razón, esas cosas eran normales para mí.

—Kiwa-chan. —me di la vuelta para mirar a Shizu con mi ceja alzada.

—¿Qué ocurre? ¿Acaso lo encontraron? —la emoción de mi voz era claramente notoria.

—Sí —Runa se metió a la conversación—, costó porque lo tenía una monja en su dormitorio, pero lo logramos.

Estire mi mano a la vez que Runa dejaba una argolla en ésta. Era extraña, pues no era de esperarse que una monja tuviera un aro con una calavera de oro grabada en aquel accesorio. Era algo contradictorio y estúpido de su parte si me ponía a pensar. Pues estos viejos odiaban todo lo que tuviera relación con la muerte, y claro, aunque fuera el camino que todos vamos a llegar algún día, no pensé que iban a conservar cosas así que veneren a la muerte o relacionado a su adoración.

—¿Por qué tendrá esto esa vieja?

—No lo sé, pero nunca la vi usarlo, siempre lo llevaba colgado como un collar. —dijo Shizu a la vez que encendía un cigarro—. Quédatelo, Kiwa-chan, después de todo fuiste tú quién lo vio primero.

—No podría... ustedes fueron a buscarlos y...

Runa soltó una risa y se agachó a mi altura para poder mostrarme sus orejas que estaban llenas de aros.

—¿Crees que a mí me cabría uno más?

—Runa-chan tiene razón, además, yo ni siquiera uso aros porque no me gustan. Es justo para ti.

—Chicas... ¡gracias!

Había sentido una rara conexión con ese aro, tan así que sentía la necesidad de tenerlo a mi lado y tener de su protección. Nunca fui fanática de las joyas, pues nunca recuerdo haber tenido una, sin embargo, tenía las cicatrices en mis orejas, como si hubiera existido alguna vez algo en ese lugar.

—Será mejor entrar antes de que nos pillen fumando e incluso robándole a la superior. —habló Shizu mientras me daba de la última calada del cigarrillo.

—Sí, ya no quiero otro castigo más.

Antes de entrar, intentamos disimular el olor del cigarro para que no fuéramos sospechosas, pero creo que a las monjas ya nada les sorprende con nosotras, menos conmigo. Este colegio católico era en realidad un orfanato, pues habían mujeres de todas las edades, que se quedaban aquí por no tener un hogar a donde ir, pero te asignaban un edificio con las de tu edad para no tener relación con las otras. ¿Cómo llegué a parar aquí? No tengo ni la menor idea, sólo sé que un día abrí mis ojos y tenía a unas monjas mirándome con algo de desconfianza.

Una vez en la seguridad de mi cama, saqué del bolsillo de mi falda la argolla y la miré con más determinación. La calavera que tenía llamaba mucho mi atención, incluso cuando llegué a darle contraste con la luz de la lámpara, las cuencas en donde suponía debían estar los ojos, fueron rojos por un pequeño momento; dándome un escalofrío.

¿Por qué una monja o un colegio católico tendría algo tan turbio como esto bajo su mando o protección? ¿Acaso será este lugar un tipo de culto disfrazado en la veneración del reino divino y la mano de Dios?

Suspiré, era propio de mí ser tan paranoica. Apagué la lámpara y me di la vuelta dejando la argolla bajo la almohada, quizás mañana decida ponérmela.

[...]

Ninguna de nosotras se movía, el ambiente dentro de este gimnasio era realmente sofocante. Runa me miró e hizo un gesto de muerte; pasando su mano por su cuello. Me quería reír ante su acción, pero la verdad era que estaba muy seria, nunca antes nos habían citado a todas las mujeres del orfanato, y mi mente no lograba imaginar de qué se podría tratar la situación.

Un momento...

—Ayer se extravió una argolla de la hermana María. —habló una monja cuyo nombre nunca me aprendí, ya que solía llamarles "viejas"—. Es de suma importancia que lo encontremos ahora ya, antes de que unas manos ajenas la tengan.

Así que por eso estábamos aquí.

—Quiero pedir que todas se retiren, a excepción de tres personas que ayer llegaron tarde a dormir.

—Mierda. —susurré.

Todas comenzaron a susurrar cosas entre sí y a darnos miraditas, especialmente a mí. Ya sabía que me tenían tachada como la oveja negra y que solía hacer mucho desastre y recibir la mayoría de los castigos, que en general eran golpes, que claro después no habían rastros de hematomas porque estas viejas sabían que el agua bien fría no dejaba marcas en la piel.

A veces me pregunto, ¿quiénes son los verdaderos monstruos una vez se consumen del poder y la comodidad?

Un silencio y el sonido de la puerta fue lo que me sacó de mis pensamientos. Me encontraba sola, frente a frente con la hermana María, sus ojos transmitían un gran odio y no dudó ni un segundo en pegarme una gran bofetada que incluso provocó que cayera al suelo. Mis ojos buscaron a Runa o a Shizu, pero ellas no estaban, habían sido declaradas inocentes, solo porque ellas nunca serían atrapadas infraganti.

—¡Tú, mocosa! ¡Dame esa argolla ahora o te arrepentirás!

—¡Yo no tengo ninguna argolla!

Una patada que me dejó sin aire.

—¡No mientas, escoria del infierno!

—¡Que yo no la tengo, pasa con patas!

Sabía que mentir no me llevaría a nada bueno. La hermana, no satisfecha con mi respuesta insolente, me tomó de los pies y me sacudió provocando así que varias colillas de cigarros, chicles y la argolla cayeran al suelo. Me soltó provocando que mi cara diera contra el suelo.

—¡Qué mentirosa eres Kiwa!

Me puse de pie ignorando el mareo provocado por la brusquedad al pararme.

—¡¿Mentirosa yo?! ¡Ustedes son las escorias que guardan secretos delante de todas las niñas de aquí?! ¿Por qué tienen algo así en un lugar que dice ser católico? ¿Acaso veneran a la muerte? —le dije con sorna y una gran sonrisa en mi rostro.

La monja me iba a pegar, pero logré esquivar su golpe e ir tras de ella para subirme a su espalda e ir a por ese aro, cueste lo que cueste.

—¡Dilo, hermana~! ¿Por qué ocultar algo tan simple? ¿Por qué fue necesario juntar a todas las mujeres de los edificios por una estúpida joya? —seguía forcejeando con ella.

Esta monja era claramente más grande y corpulenta que yo, pero aún así, me resistí. Quería colocarme ese aro para ver por qué era tan peligroso y demostrarle que nada iba a pasar. Así que cuando ambas caímos al suelo y ella soltó la joya, fui más rápida que ella y la tomé para alejarme unos metros.

—Kiwa, ni se te ocurra. —en su voz se notaba la amenaza.

Pero qué iba a hacer yo, ¿obedecer? Claro que no. Así que me perfore el lóbulo de mi oreja con aquella argolla y sentí que mi corazón se detuvo por unos momentos.

Hasta que lo vi todo negro y quedé absorta de todo lo que iba a ocurrir después.

Kiwa || Gojo SatoruDonde viven las historias. Descúbrelo ahora