25-. Puntos de sutura

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Tan pronto como el bozal cayó al agua, una gran cantidad de poder empezó a recorrer cada parte de mi cuerpo, seguido por un inexplicable subidón de energía.

—Ya cumplí mi parte del trato —susurró la voz del otro Chris—. Ahora puedo ser libre.

Abrí los ojos de golpe y me percaté de que seguía atado a aquella fría camilla metálica. Desesperado, volví a forcejear con las tiras de cuero que me aprisionaban, y esta vez fui capaz de liberar mi brazo derecho, con el que me deshice de las demás ataduras.

Me reincorporé de un salto, y después de echarle un vistazo rápido a la habitación, me dirigí hacia la puerta de salida. Esta me condujo a un largo pasillo hecho de piedra, que por su parte conectaba con lo que parecía ser la recepción del lugar.

—¿Ese no es el nuevo? —murmuró alguien al fondo.

—Sí, ¿qué hace corriendo por ahí semidesnudo? —respondió otra voz—. Creí que lo habían sedado.

—Déjalo, escuché que es muy agresivo y tiene pésimo carácter.

—Váyanse a la mierda —levanté mi dedo medio hacia ellos.

Más allá de la recepción, pude distinguir un elevador hecho de materiales transparentes, y tras asegurarme de que nadie me siguiera, corrí hacia él. Una vez dentro, pulsé el botón de subida repetidas veces, hasta que las puertas del aparato se cerraron por completo y este comenzó a moverse con lentitud.

Durante el trayecto, me dediqué a contemplar el peculiar paisaje que me rodeaba. Todo parecía ser parte de una profunda cueva subterránea, y a lo largo de sus rocosas paredes, habían varias galerías con el tamaño suficiente para que pudiera pasar un ser humano promedio.

Luego de unos eternos cinco minutos, llegué al final del recorrido, ambas puertas se abrieron, y supe que ahora me encontraba en una especie de almacén abandonado. Exploré todo el lugar en busca de una salida, hasta que finalmente, conseguí una ventana. A juzgar por lo poco que podía verse a través de ella, estaba a una altura aproximada de quince o más pisos. Lo suficiente para irse por vía aérea.

Aunque, al notar que esta no cedía, opté por retroceder unos cuantos pasos, materializar mis alas y atravesar el cristal. Varios trozos de vidrio flotaron a mi alrededor y una fuerte tormenta azotó mi rostro, haciendo que fuera difícil mantener los ojos abiertos. No obstante, eso no impidió que alzara el vuelo.

«Debo llegar a tiempo», repetía mentalmente. «No puedo perderla.»

A pesar del gran esfuerzo que requería avanzar en dirección contraria al viento, sentí cierto alivio cuando, luego de un par de minutos volando, divisé la silueta del bosque. Nuevamente, me llené de energía y aumenté la velocidad tanto como me era posible.

Por desgracia, el sonido de la tormenta inutilizaba casi por completo mis oportunidades de conseguir a Eve mediante el oído, por lo que no tuve más alternativa que concentrarme al máximo y recorrer todo el lugar con la limitada visión que otorgaba aquel aguacero.

Aun así, conseguí divisarla, y sin dudarlo ni un segundo, me lancé en picada. Aterricé de pie, guardé las alas y corrí hacia ella tan rápido como mis debilitadas piernas me permitían.

Entre sollozos, Eve levantó la hojilla y la acercó a su muñeca ensangrentada, pero esta vez logré interponer mi mano para detenerla en seco; recibiendo una profunda cortada entre los dedos índice y medio que, inmediatamente, comenzó a sangrar.

—¿Qué demonios crees que haces? —gruñí, sintiendo un intenso ardor en la herida. La chica subió la mirada hacia mí, y cuando nuestros ojos se encontraron, pude comprender la enorme tristeza que la había llevado a eso. 

No obstante, lejos de apoyar sus acciones, le quité la hojilla y la partí por la mitad.

—Si vuelves a hacer eso te romperé los dedos, ¿entiendes? —espeté—. Ahora ven acá, no quiero que te enfermes.

Parecía no escucharme, así que, nuevamente, materialicé mis alas y me agaché a su lado.

—¿No me escuchaste, Valentine? Arriba, no dejaré que te quedes aquí.

Finalmente, me harté de insistir. Pasé mis brazos por debajo de su cuerpo y la levanté, a lo que ella se limitó a abrazar mi cuello para no caerse.

—Solo quédate bajo mis alas y llegaremos pronto al hospital.

—Te quiero —susurró mientras se acurrucaba en mi pecho.

—Yo también te quiero —respondí justo antes de alzar vuelo con rumbo al hospital, deseando que aquellas cortadas no fueran lo suficientemente profundas como para cumplir su objetivo. 

Pensé en cicatrizar sus heridas utilizando mi fuego para ganar tiempo, aunque bajo aquella tormenta eso era totalmente imposible. Además, esta crecía con cada segundo que pasaba, complicando más el vuelo.

«Vamos, Chris», me ordené mentalmente. «Hazlo por ella.»

El cansancio comenzó a apoderarse de mi cuerpo, a la vez que, poco a poco, mis fuerzas se desvanecían. Sin embargo, la esperanza volvió de forma repentina cuando, a la distancia, pude apreciar la silueta del hospital más cercano. Concentré la escasa energía que me quedaba en aterrizar en el estacionamiento del lugar, donde guardé mis alas y continué el trayecto con Eve en brazos. 

Estando a pocos metros de la entrada, algunos enfermeros nos vieron, y de inmediato, trajeron una camilla para la chica; así que, la acosté allí con sumo cuidado y dejé que ellos se encargaran de llevarla a las instalaciones.

—¿Qué ocurrió? —preguntó uno de los sujetos.

—Intentó suicidarse —articulé, jadeando por el agotamiento—. No sé la razón, pero por lo que más quieran, deben ayudarla.

—No te preocupes, nosotros nos encargaremos de ella —asintió, para luego dirigir la mirada hacia mi mano—. ¿Y a ti qué te pasó?

—Eso no importa, es solo un rasguño —lo corté a secas.

—Un momento, ¿no eres el chico de la habitación trece? —intervino otro de los sujetos—. ¿Dónde has estado? Te hemos buscado sin parar desde que desapareciste.

—Aunque te lo dijera, no me creerías —gruñí—. Pero no es momento de preguntas, ayúdenla antes de que se desangre.

Contemplé impotente cómo llevaban la camilla hacia la sala de emergencias mientras que varios enfermeros insistían en que me dejara atender la herida de la mano. Acepté a regañadientes y fui conducido de vuelta al interior de la habitación trece, donde me tomaron diez puntos. Al finalizar, me dieron una toalla limpia, me sequé lo mejor que pude y retorné a la sala de espera.

—Ya terminamos con tu chica —indicó una enfermera alta y delgada—. Si quieres, puedes pasar a verla, está en la habitación diez.

Le di las gracias de forma casi inaudible, y en seguida, me fui al pasillo. Entré donde me habían indicado y me quedé mucho más tranquilo al notar que Eve dormía plácidamente. Intentando no hacer ningún ruido, arrimé un pequeño banco de metal junto a la camilla y tomé su mano con suavidad.

—Hasta mañana —le dije, sabiendo que no obtendría ninguna respuesta de su parte.

Tras unos instantes, el agotamiento ganó la batalla y caí rendido.


Canción: The Last Night

Banda: Skillet

Under My Wings | Wattys 2015Donde viven las historias. Descúbrelo ahora