𝐒𝐔𝐁𝐌𝐈𝐒𝐒𝐈𝐕𝐄

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Ella recobró la conciencia en medio de un fuerte mareo que llenó su cuerpo como una ola. El dolor en su cabeza era insoportable y sentía que sus sienes explotarían por el martilleo que palpaba bajo su piel.

Apenas abrió los ojos sintió como su vista se adecuaba a la oscuridad del lugar en el que se encontraba.

Estaba atada.

Una gruesa cuerda enrollaba sus manos en un desliz duro, haciéndola sentir como su piel ardía bajo el agarre que la mantenía inmóvil.

Sus piernas se encontraban abiertas revelando cada parte de su cuerpo, y sus senos —también al descubierto— subían y bajaban ante el desequilibrio de su pecho.

Tenía el vientre contraído y sus pliegues entreabiertos.

Se sentía expuesta.

Frente a ella; una silueta alta y formada, cabello rubio y desordenado cayendo con naturalidad, músculos que se contraían a cada movimiento de su larga fusta de cuero.

La tenue luz de la vela que yacía prendida apenas la dejaba ver el reflejo del chico frente a ella, pero no era necesario verlo para derretirse por él.

Intentó desatar sus muñecas con desesperación, haciendo movimientos ágiles con sus manos —aún sabiendo que aquello le encantaba— pero debía mostrarse insegura, sumisa, y frágil; tal como a él le gustaba.

¿Quién era ella para prohibirse aquel placer? ¿Quienes eran ellos para fingir que no lo deseaban?

Intentó apretar sus piernas entre sí, pero fue imposible cuando notó las cadenas que rodeaban sus tobillos; una a cada lado, magullando su piel sensible.

Un cosquilleo exploraba su mente al notar el sudor recorrer su cuerpo. Los mechones delgados de su cabello adhiriéndose a su frente mientras su respiración se hacía espesa en aquel cuarto.

Sintió fuertes pisadas que la hicieron estremecerse cuando un torso desnudo apareció frente a ella.

Su mandíbula se vio apretada con fuerza entre duros y ásperos dedos que elevaron su rostro con fuerza hasta encontrarse con el de él.

—Deja de lloriquear —espetó la voz, en un tono ronco—, sólo me harás querer golpearte aún más fuerte.

Soltó su rostro de golpe haciéndola sollozar por lo bajo.

Él caminó, golpeando su fusta contra la palma de su mano a la vez que miraba su cuerpo de una manera tan oscura y maquiavélica, que ella sintió espasmos recorrer su interior con el sólo sentir de su presencia.

Su gesto... dios, ella siempre lo odio pero, tras el sentimiento se escondía algo más.

A veces el odio es incitante. El odio desata pasión.

Sentía la humedad entre sus piernas crecer a cada segundo de espera, deslizándose por sus muslos y mojando la silla en la que se encontraba sentada.

Él sonreía con gusto —y en un movimiento— el suave cuero color negro recorrió su cuello, acariciándola con lentitud.

Sus nervios crecían al pensar que en cualquier momento el dolor se haría presente. La fusta contra su piel dejando marcas rojas que perdurarían sobre ella.

Y entonces, ante aquel sentimiento; lo notó.

Era su sumisa...

Eso era en lo que se había convertido. Su maldita sumisa, dispuesta a todo por él, hasta a las cosas menos creíbles y pensadas.

Cerró los ojos por un segundo, sintiendo su labio temblar cuando el lóbulo de su oreja se vio succionado entre los gruesos labios de él. Su lengua recorriendo la parte posterior de su cuello, saboreándola con satisfacción y desdén.

—Nunca creí que esto sucedería —susurró él contra su piel, haciendo el más mínimo contacto—. Nunca creí que me volvería adicto a ti, Amelia. Mírate, no tengo la necesidad de tocarte para que estés goteando por mí; eso me vuelve malditamente loco.

Ella echó su cabeza hacia atrás, queriendo tocarlo, ansiosa de que pusiera sus manos sobre ella y la llevara de la manera más brutal posible.

Ya no le importaba el dolor, ella solo quería el placer de sentirlo chocar contra su cuerpo. El sonido de sus caderas golpeándola en un ruido seco.

Su cabello se vio enredado en la fuerte mano de él, tirándolo con fuerza para quedar directamente frente a ella; sus ojos grises ardiendo sobre las claras avellanas de ella.

—No pienso tocarte Amelia... no te tocaré hasta que supliques que lo haga —gruñó, recorriendo con la fusta el pecho de ella—. Dilo. Di cuánto deseas mis manos sobre ti. Di cuánto quieres que meta mi polla en tu estrecho coño hasta que te corras a mi alrededor.

Su garganta ardía y cada vez que tragaba saliva, un dolor asomaba en toda su tráquea —fuerte e insoportable.

Ella iba a responder. Estaba a punto de hacerlo cuando el cuero impactó en su muslo, haciéndola sollozar de dolor.

Él lo hizo de manera violenta y sin compasión alguna por el estado en que ella se encontraba.

El dolor desvaneciéndose lentamente para tornarse en un efímero placer. Esa mezcla en la que el ardor se transformaba en un hormigueo se corría por su espina.

Anhelaba más; quería el dolor, le encantaba. Jamás en su vida había experimentado alguna cosa parecida a la que él le hacía sentir.

Dentro del juego no había tiempo para sentirse humillada, degradada y manipulada. No, el sexo difiere de la realidad; en el sexo, puedes ser quien quieres, y ella, quería ser la pequeña y frágil chica que era torturada en los brazos del gran y agresivo hombre.

El juego erótico llevado a cabo por la persona menos pensada.

Sangre pura y sangre sucia mezclándose en artimañas oscuras pero placenteras que de algún modo, sólo le hacían creer que jamás podría parar.

No quería hacerlo realmente.

—Joder, si te vieras —murmuró él, ahora, tirando del cierre de sus ajustados jeans para dejarla apreciar el bulto en su entrepierna—. Quiero hacerte daño Amelia. Necesito hacerte daño. Quiero follarte hasta dejar marcados esos suaves muslos con mis caderas.

—Hazlo... —dijo ella, en un susurro temeroso.

La sonrisa se expandió por el rostro de él rubio quien trepó sobre ella, tomando su cuello con una de sus manos mientras lo apretaba con fuerza— Lo siento Amelia, no he escuchado bien, ¿podrías repetirlo?

Ella vaciló, sintiendo sus pulmones vaciar el poco aire que contenían— Hazlo, dios, hazlo ya. Solo fóllame.

—Debes ser una chica educada y pedirlo de buena manera —la retó, deslizando su otra mano por su vientre desnudo hasta llegar a su monte de venus—. ¿Quieres que llene tu perfecta boca de mi dulce semen?

Una oleada de placer se centró en su núcleo, haciéndola arquear la curvatura de su espalda. Las puntas de sus pies arrastrando con fuerza contra la superficie del suelo frío de piedra.

—Te hice una pregunta Amelia, pero como no me respondes, tendré que simplemente hacerlo —espetó él, amasando su creciente erección—. Tragarás todo lo que deje en tu sucia boca, y luego, llenaré tu coño también, pero no quiero oírte decir una sola palabra ¿se entiende?

Ella asintió, mareada por el embriagador elixir que emitía él.

Menta, dios, cuanto amaba la menta.

—Se. Entiende. Amelia.

—S-si...Draco.

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La habitación de desvaneció. Haciéndola volver a la miserable realidad.

Porque a veces los sueños, son solo eso.

Sueños.

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SUBMISSIVE, 𝙙𝙧𝙖𝙘𝙤 𝙢𝙖𝙡𝙛𝙤𝙮 ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora