Un ruido de estática sonó en el altavoz del portero.
—¿Mande?
Aquella pregunta-saludo resultaba inconfundible para Josh. Vicente, el propietario y explotador de la granja, un buen amigo, había contestado al telefonillo. Que fuese él quien le recibiese empezó alegrándole la mañana.
—Necesito comprar huevos y carne de pollo para mi tienda.
—Perdone ¿Podría repetir?
—¡Vicente! ¡Soy Josh, vengo a hacerte una visita!
—¡Hombre! ¡Cuánto tiempo! ¡Ya me parecía a mí raro que alguien viniese preguntando por carne de pollo! Te abro.
El periodista volvió a su coche y esperó a que la oxidada puerta de hierro se abriera. Dirigió el vehículo hacia una pequeña explanada que servía de aparcamiento, junto a la casa de la familia. El día era frío y casi había helado esa noche, aunque aquello no era impedimento para que Vicente saliese a saludar en mangas de camisa a su amigo, que vestía una camisa, jersey y un abrigo de paño. El granjero, un hombre menudo y recio, de unos sesenta años, lucía un frondoso bigote cano en la cara y llevaba una pequeña gorra de trapo para disimular los claros de pelo de su coronilla.
—¿Qué tal estás, hombre? —La enorme y fuerte mano del granjero se encontró con la de Josh y le dio un fuerte apretón.
—¡Bien! Estupendamente, pero un poco liado.
—¿Vienes por lo del otro día?
—Me temo que sí —la voz del visitante dejó entrever una nota sombría— me gustaría hablar contigo un rato, y bueno, ya sabes, con ellos.
—Me parece que te estás buscando follones, pero bueno, tú sabrás lo que haces —el hombre soltó una gran risotada y le encajó un sonoro palmetazo en la espalda— ¡Venga, pasa! Nos tomamos un café y mientras, hablamos.
La casa familiar tendría unos ochenta años de antigüedad. Era enorme y todas las habitaciones eran extraordinariamente amplias. Había sido reformada unas cuantas veces a lo largo de su vida útil, unas veces para reparar daños y otras para hacerla más grande, añadiendo alguna habitación más. Perteneció al padre de Vicente, una casa donde se criaron él y otros siete hermanos. Vicente fue el único que siguió con el negocio de la granja familiar y él, su esposa y sus cinco hijos habían vivido allí durante mucho tiempo. Ahora, el recuerdo que quedaba de sus hijos eran las fotos que había por toda la casa, y las de sus familias y sus nietos, que venían a visitarle de vez en cuando. Ninguno de sus hijos había querido seguir con el negocio, pero aquello no le preocupaba. Vicente se encontraba en plena forma y era fuerte, y en la situación en que se encontraba la economía, sabía que tarde o temprano alguien accedería a perpetuar su legado, aunque no fuese de su propia sangre.
—¡Isabel! ¡Mira quién ha venido!
Isabel era una mujer bajita a la que los años habían redondeado, haciendo que su singular silueta, junto a su pelo canoso, sus gafas metálicas, su mirada cariñosa y su sincera sonrisa la convirtieran en una abuela realmente adorable.
—¡Josh! ¡Qué lindo! ¡Qué guapo estás! Ven aquí que te dé un beso —la mujer se acercó y le obligó a agacharse para darle dos sonoros besos en las mejillas mientras le sujetaba la cabeza.
—¡Hola! Encantado de volver a verte.
—Has venido por lo del hombre del otro día ¿No? ¡Anda, siéntate que os voy a preparar un desayuno de verdad!
Mientras Isabel se afanaba en preparar un café, los dos hombres tomaron asiento en la mesa de la amplia cocina, junto a una estufa eléctrica que daba calor a la habitación.

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La Marca del Pacto: Revelaciones
Science FictionMientras que en una región remota de Rusia se prepara un plan de conquista contra La Tierra, un hombre comienza a vivir extraños sucesos que le harán dudar de su cordura. Josh Wellington, conocido periodista del mundo esotérico y paranormal, le desc...