Los datos climatológicos cubrían las enormes pantallas que iluminaban la habitación, en penumbra constante bajo la tenue luz azul. La previsión a quince días indicaba que los cielos estarían continuamente cubiertos por nubes y que las temperaturas se mantendrían estables en torno a un equivalente a dos grados centígrados sobre cero.
El recubrimiento aislante de la pared y las esclusas con doble puerta evitaban que la temperatura sufriese demasiadas variaciones a lo largo de todo el complejo. El material blanco reflectante del que se componían los aparatos electrónicos, salpicado por sus débiles luces blanco nacarado y por los líquenes luminiscentes de color azul que habían sido plantados en las paredes, ayudaban a hacer sentir la atmósfera aún más gélida de lo que ya era.
Hacía tiempo que la exploración suborbital había revelado aquella mina abandonada en aquel recóndito paraje de la Tierra, donde pocos o casi ningún humano osaba acercarse. Aquel había sido, desde el principio, un buen lugar para mantener oculta la base a ojos de los satélites y aviones terrestres: bajo el suelo; además, aquella ubicación les permitía usar los kilómetros de galerías de mineral excavado por aquellos abominables seres para construir un complejo adaptado a su clima natal. A pesar del incremento de la temperatura con la profundidad, su tecnología les permitía mantener la red de galerías a niveles árticos de manera permanente.
La criatura pasaba sus ojos blancos a través de los datos y mapas que se mostraban en pantalla. Más a su derecha, una proyección holográfica mostraba los datos de barrido del escáner que se hacía de la zona cada cinco segundos. En una esfera de cincuenta kilómetros de radio, las únicas formas de vida destacables eran la de una manada de renos que se encontraba en unos pastos a cinco kilómetros de la mina, las escasas bandadas de pájaros que aquellos días se atrevían a pernoctar en la zona, los rodadores, y la manada de armagios que se mantenían a una distancia prudencial del lugar. No había rastro de humanos ni de sus aliados.
Odiaba a los humanos, aquellos seres de sangre caliente que habían evolucionado y conquistado la superficie de aquel planeta, demasiado cercano a su estrella como para ser objetivo de una completa colonización a corto plazo, pero aquel era el plan. La criatura, como cualquiera de su raza que se preciase a serlo, odiaba el calor, incluso los dos grados centígrados de la superficie representaban un serio peligro para su supervivencia; aquella temperatura podía matarlo de hipertermia. De todos modos, su tecnología estaba lo suficientemente avanzada para no tener problemas en mantener las bajas temperaturas que su especie necesitaba para sobrevivir, incluso en recintos tan grandes.
Si tener que sobrevivir en atmósferas gélidas no era suficiente motivo para que otras civilizaciones no entablasen contacto con la suya, se debería añadir que ninguna otra especie estaba interesaba en cruzarse con ellos, pues de sobra era conocido que eran una civilización ávida de sangre y conquista, acaparadora de mundos, una raza de seres fríos y violentos, que, aparte de la suya propia, sólo sentía respeto, e incluso se podría decir miedo, por otras dos especies conocidas.
La criatura dejó de mirar la pantalla y salió de la habitación, un recinto hacinado en una de las galerías ciegas de la mina que daba a uno de los viejos corredores excavados por los humanos. Odiaba tener que estar encerrado en aquellas estructuras de aleación que les protegían del cálido exterior y tener que llevar aquel maldito traje ambiental que le obligaba a caminar erguido la mayoría del tiempo. Prefería estar en una cueva helada arrastrándose, acechando a su comida para cazarla con sus propias fauces y seguir planificando la expansión de su civilización a través de la estrellas, pero el proceso de colonización de un planeta tan cálido requería ser paciente y utilizar aquella tecnología, que a pesar de haber sido creada por ellos, les hacía sentir incómodos.
Eran bien conocidos como una especie tremendamente hostil y sanguinaria, realmente inteligentes, muy por encima de los humanos, pero sus instintos animales seguían a flor de piel y preferían vivir en entornos naturales sin ningún tipo de comodidad antes que tener que embutirse en aquellos trajes y viajar en sus naves de metal a través de las estrellas, sin embargo, aceptaban el sacrificio en pos de un futuro mejor para su especie, aunque ello supusiera tener que extinguir a los habitantes de los planetas que deseaban conquistar, cosa de la que disfrutaban enormemente.

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La Marca del Pacto: Revelaciones
Science FictionMientras que en una región remota de Rusia se prepara un plan de conquista contra La Tierra, un hombre comienza a vivir extraños sucesos que le harán dudar de su cordura. Josh Wellington, conocido periodista del mundo esotérico y paranormal, le desc...