Con la sangre de sus enemigos seca en el cuerpo y el dolor de la batalla en el alma, el guerrero avanza en su pardo corcel hacia el solitario árbol que el reflejo de la luna llena deja ver. El paso es lento, sabe que el árbol sagrado está a solo unos metros y quiere verlo, contemplarlo, tocarlo. Está cerca el momento, pero no apresura al caballo. Sabe que no abrazará el árbol, tan solo extenderá la mano y tocará el tronco. Recuerdos de miles de luchas, duelos, batallas y guerras rondan la cabeza del jinete. Ha cruzado montañas, ríos y senderos durante años con la única intención de llegar hasta el árbol sagrado. Es consciente de la leyenda que dice que todo aquel guerrero que dejando la espada a un lado y abrazando su dura corteza, dejará al fin de luchar con el acero, para convertirse en una poderosa ave que surcará los cielos de manera inmortal. En el cielo, los ángeles hacen sonar las trompetas al ver descabalgar al caballero. ¡Es el momento!. Extendiendo el brazo, los dedos de la mano diestra tocan el ansiado árbol y el guerrero siente como la vida corre por el interior del centenario roble. - Generaciones de guerreros nos contemplan - habla el hombre al árbol.- Nos observan todos mis antepasados. No voy a abrazarte, aunque prometas gloria. Con saber que existes es suficiente. Ahora sé que mi lucha no es en vano. Y cabalgando de nuevo, el jinete se aleja. La luna canta para proteger al guerrero.