Parte 11

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19 de diciembre de 2011

La luz del sol parecía demasiado brillante, por más que fueran las siete y pico de la mañana y faltaran apenas dos días para el verano. Horacio sentía como si dicha luz taladrara sus ojos hasta llegar a su cerebro, donde amenazaba con despertar la jaqueca que sólo dos noches enteras de sueño habían logrado apaciguar. Joder, ni que hubiera bebido tanto. Y su hígado estaba en perfectas condiciones, teóricamente.

Micaela bajó las escaleras de su casa, fresca y sin las ojeras que el muchacho había detectado en sus propios ojos esa mañana. La chica llevaba sus pantalones de siempre y una camiseta de Bugs Bunny. Se veía seria y preocupada, y no miró a Horacio cuando entró al auto sino que se limitó a saludarlo en voz baja. A él tampoco se le ocurrió nada que decir al principio. Se concentró en el manejo del auto, y ella en los apuntes para el examen que sostenía en las manos. No obstante, algo tenían que decirse, ¿no? Ninguno de los dos había llamado al otro el domingo, y lo ocurrido entre ellos seguía pendiente como... bueno, como el famoso elefante en la habitación.

En realidad, Horacio no estaba muy seguro de comprender lo que había pasado. No se había propuesto besar a Micaela esa noche, pero de repente lo estaba haciendo, y ella lo besó a él, y todo iba de maravilla hasta que la chica escapó del auto, dejándolo excitado y confundido. ¿Acaso no le había gustado el beso? ¿O se había arrepentido de actuar por impulso? Desde luego, Micaela era el tipo de chica que siempre pensaba todo muy bien antes de hacer cualquier cosa. Aun así... ella no había bebido una sola gota de alcohol la noche del concierto. Horacio ya no sabía qué pensar.

Con tal de decir algo, cualquier cosa, el muchacho empezó:

—¿Qué haremos con los exámenes de febrero? ¿Te parece que nos pongamos de acuerdo para anotarnos en las mismas fechas, y coordinar los horarios de estudio en la biblioteca?

—¿Pudiste estudiar ayer para el examen de hoy? —preguntó a su vez Micaela sin apartar la vista de sus notas, desconcertando al muchacho.

—Más o menos —respondió él—. Pero ya no me faltaba aprender mucha cosa. Como sea, asumo que estaremos en los mismos cursos el año que viene. No tendremos que coordinar esos horarios. Pero en febrero...

—Será mejor que no volvamos a viajar juntos —lo interrumpió la chica. Apenas si levantó la voz, pero para Horacio fue como si hubiera gritado, pues tardó un minuto entero en recuperarse de la sorpresa.

—Disculpa, ¿qué fue lo que dijiste?

—Que... que será mejor que cada uno siga por su lado.

—No entiendo. ¿Por qué? ¿Es... por lo de la otra noche?

Micaela levantó al fin la cara y lo miró a través del espejo.

—¿Lo recuerdas?

—Pues claro que lo recuerdo. No estaba tan borracho, ¿sabes? Y francamente, creo que merezco una explicación. ¿Por qué me dejaste así? Y no me digas que traté de aprovecharme de ti, porque eras quien estaba perfectamente sobria.

—Exacto. Y por eso me di cuenta de que sólo me estabas besando porque tenías el cerebro bañado en alcohol. Y ahora me va a parecer muy incómodo viajar contigo. De hecho, hasta pensé en llamarte el domingo para decirte que no me vinieras a buscar hoy, pero imaginé que estarías durmiendo la mona.

Horacio volvió a quedarse sin habla y sintió que sus mejillas se ponían rojas, pero no de vergüenza sino de ira. Controlando apenas su tono de voz, replicó:

—De acuerdo, sí, me había tomado unas cuantas cervezas y me dejé llevar por el momento. Pero tú no. Entonces, ¿por qué me besaste al principio?

En el auto azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora