Parte 10

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16 de diciembre de 2011

Cuando paró el coche frente a la casa y pegó el bocinazo, Horacio se sentía más nervioso de lo que correspondía a la ocasión. Después de todo, ya había recogido a sus otros dos amigos, Matías y Karina, quienes no paraban de reír y besuquearse en el asiento de atrás, intercalando sorbos de las primeras cervezas.

Entonces la puerta se abrió, y por unos segundos el muchacho pensó que aquélla no podía ser Micaela. Por todos los cielos, si llevaba puesta una falda negra, y una blusa roja sin mangas que dejaba ver su estómago, y unas botas altas de cuero, también negras. La chica llegó hasta el auto, vio que su lugar estaba ocupado y acabó por sentarse junto a Horacio, todo esto sin que él fuera capaz aún de articular una sola palabra.

—De acuerdo —logró decir—: ¿quién eres tú y por qué te has metido en mi coche?

Micaela soltó una risita. Al menos no llevaba maquillaje, y su peinado era el mismo de siempre.

—Una amiga me prestó la ropa. Dijo que no me permitiría ir a un concierto de rock vestida de nerd. En general no le hago caso, pero pensé que sería divertido, por esta vez, vestirme para la ocasión. ¿Me veo ridícula?

Horacio tardó en contestar, pero no porque tuviera que meditar la respuesta, sino porque aún estaba como embobado. Tragó saliva y dijo:

—Te ves bien. Es... un atuendo apropiado. Eh... ellos dos son mis amigos.

Después de los saludos y las presentaciones, Horacio tomó aire para despejar su mente y le preguntó a Micaela:

—¿Te gusta la cerveza?

—No en realidad.

—¿Piensas beber alcohol esta noche?

—Tampoco. ¿Por qué lo...?

—¿Traes tu licencia de conducir?

—Sí, pero...

—¡Excelente! Tendrás el honor de ser nuestra conductora designada. ¡Felicidades!

Matías y Karina celebraron el "nombramiento" con una exclamación, y Horacio salió del auto para cederle a Micaela su lugar. La muchacha titubeó al principio, pero luego sonrió y se cambió de asiento. Horacio trató de no mirarle las piernas, aunque no lo consiguió del todo. Finalmente, el muchacho volvió al auto y pidió una cerveza a sus amigos.

—No te emborraches tan pronto, que tienes que guiarme por el camino —le advirtió Micaela, todavía sonriendo.

—No hay problema, señorita Daisy. Usted conduzca y yo le diré por dónde ir. ¡Al concierto!

—Al concierto, entonces —replicó ella, e hizo arrancar el auto.

17 de diciembre de 2011

Era casi la una de la madrugada cuando Micaela estacionó el coche frente a la casa de Horacio, tras haber dejado en sus respectivos hogares a los otros dos pasajeros. Agradecía la tranquilidad, por cierto, después de tanto besuqueo y escándalo en el asiento de atrás; ¿acaso habían pensado los enamorados que el auto era una especie de hotel? Micaela se había sonrojado unas cuantas veces a la ida y a la vuelta, y eso que no condenaba las demostraciones públicas de afecto.

La chica apagó el motor y se recostó en el asiento, feliz de haber cumplido sin inconvenientes de ninguna clase con su labor de conductora designada. A su lado, aturdido por las cervezas, Horacio miraba al frente con los ojos un poco vidriosos. El muchacho se volteó hacia ella para preguntarle:

—¿No vamos a tu casa primero?

—¡Por supuesto que no! Caminaré hasta allá. Son pocas cuadras, y tú no estás ni para andar en bicicleta. ¿Cómo conducirías de regreso?

El muchacho dejó escapar una risa tonta nada propia de él. De pronto parecía un chico de doce años. Micaela sonrió.

—Debería acompañarte hasta tu casa, al menos —insistió él—. Así como vas vestida, alguien podría secuestrarte.

—¿Ah, sí? ¿Y tú me defenderías? Hasta yo podría derribarte, y de un soplido. Que descanses, Horacio. Y estudia mañana para el examen.

Micaela se desabrochó el cinturón de seguridad y alargó una mano para abrir la puerta, pero Horacio la agarró del otro brazo y tiró un poco de ella, deteniéndola.

—¿Cuál es la prisa? —dijo él—. Quédate un rato, hasta que se me pase el mareo.

El contacto de aquella mano en su brazo le provocó a la chica una sensación rara en el estómago. Había sentido lo mismo en el concierto cuando él, llevado seguramente por el entusiasmo de la música y las cuatro latas de cerveza, la había sujetado por la cintura, demostrando una confianza más propia de un novio que de un amigo.

Micaela volvió a recostarse en el asiento y el muchacho soltó su brazo, dejando allí por un instante el calor de sus dedos.

—¿Te divertiste en el concierto? —preguntó él.

—Mucho. Tenías razón: suenan espectacular en vivo. —La chica se maldijo por el temblor en su voz, pero Horacio no pareció darse cuenta, lo cual no era sorprendente considerando el montón de latas vacías a sus pies.

—Deberíamos hacerlo de nuevo la próxima vez que vengan.

—Supongo. No estaría mal. Pero ¿por qué me invitaste a mí en lugar de a Cecilia?

—Maldición, tú y yo nos pusimos de acuerdo para no mencionarla. Déjalo así, ¿quieres?

—Perdona. No te enojes.

—No estoy enojado. —Pero sí se veía enojado, pensó Micaela, arrepintiéndose de sus palabras. Sin embargo, Horacio cambió de tema—. ¿Qué tal la gata? ¿Ya le pusiste nombre?

—Le decimos Pintu. Por los parches de colores. Parece como si la hubieran salpicado de pintura.

—¿Pintu? ¿En serio? ¿Ningún nombre de algún griego famoso muerto hace siglos?

—Bueno, podría haberla bautizado Atenea o Hipatia, pero sonaban demasiado solemnes para una gata que juega con bolitas de plástico.

Horacio se rió de nuevo. Aún se le notaba la borrachera.

—Te escuché cantar en el concierto —dijo él con un tono de "ahora conozco tu secreto más vergonzoso".

—¡No estaba cantando!

—Sí estabas cantando, confiesa. Aunque no lo hacías mal, para estar compitiendo con Simone.

Micaela se ruborizó y no dijo nada más.

—Uf, mañana voy a tener resaca —continuó el muchacho—. Espero que mi padre no lo note, o me echará un sermón. Tal vez si tomo bastantes aspirinas...

—Por eso es que deberías irte a dormir cuanto antes. Y bebe mucha agua, para desintoxicarte. Nos vemos el lunes.

Micaela trató una vez más de abandonar el coche, pero de nuevo el muchacho la agarró del brazo y la acercó a él lo suficiente para pasarle la otra mano por la cintura. Al momento siguiente la estaba besando. Sus labios recorrían los de ella, y la mano del brazo sujetó el cuello de la chica para evitar que se apartara de él. Sin embargo, Micaela no trató de apartarse. Lo que hizo fue inclinarse hacia el muchacho, devolviéndole el beso, y cuando Horacio la atrajo más hacia él, Micaela le permitió sentarla en su regazo. Ahora estaban tan pegados uno al otro que la chica sentía los latidos del corazón de Horacio contra su pecho, fuertes y rápidos, y la mano en su cintura se deslizó hasta su espalda, por debajo de la blusa. La otra mano seguía en su nuca, con los dedos entrelazados en el cabello pero sin tironear. Los besos eran suaves, lentos, y Micaela rodeó con los brazos el cuello de Horacio, cruzando sus propias manos en el cabello de él.

Micaela sintió el alcohol en el aliento del muchacho. Aquello no estaba bien. Deshaciendo el abrazo y el beso, ella abrió la puerta del lado de Horacio y prácticamente huyó del auto, caminando a paso rápido. Él no la siguió.

(Termina en la Parte 11.)

Gissel Escudero
http://elmundodegissel.blogspot.com/

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