El tráfico de armas

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En definitiva fue imposible pasar desapercibidos, no por el color del Wolsvagen escarabajo en el que huían ni tampoco por la excesiva cantidad de gente que este albergaba, sino por el condenado ruido que hacía al andar a su máxima velocidad, treinta kilómetros por hora; era básicamente una invitación para ser detectados y efectivamente así fue.

Las motocicletas rodearon al automóvil, con una increíble capacidad de inoportunidad, se plantó en medio del círculo agresor. Varios elfos, maliciosamente, apuntaron con sus armas  a los que se encontraban dentro del mismo.

— ¡Lendama! — una voz Sílfica pronunció el hechizo, el automóvil se elevó unos metros sobre el suelo, aunque aún era insuficiente — ¡demasiado peso! — Yuki exclamo preocupado, mientras los agresores observaban divertidos el inútil intento de escapar. Apuntaron nuevamente cuando Wolsvagen cayó estrepitosamente al suelo.

— ¡Salgan de una vez! —Uno de los elfos enemigos habló autoritariamente — ¡Nuestra reina querrá interrogarlos como es debido!

— Como me gustaría estar manejando a mí — Frederick murmuro para sí mismo mientras observaba consternado como el piloto, un elfo llamado Arteo,  intentaba iniciar de nuevo el motor con una palanca de cambios en posición equivocada y presionando los pedales errados.

— ¿Está seguro que podría hacer algo más que él?— Yuki preguntó.

— Por lo menos estoy seguro que podría hacer algo más que empalidecer — respondió el general sin entender como un supuesto militar se ponía tan nervioso ante el peligro.

— Köha Mût’ine — el silfo susurró mientras señalaba con una mano al general y con la otra al elfo que conducía.

Tras un breve chispazo y una sensación un tanto extraña, ambos sujetos cambiaron de lugar. Viéndose en el lugar del conductor, Frederick manipulo el aparato para embestir al elfo que tenía su moto delante de él y huir lo más rápido posible aprovechándose de la confusión causada en sus agresores y lográndose internar un pequeño camino rural con cierto tráfico. Con suerte, esperaba Frederick, llegarían pronto a alguna población y mezclándose entre los habitantes podría contactar a sus hombres para obtener alguna ayuda.

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Habiendo traspasado el portal que Flidewick les había señalado, el grupo entero se vio ante un paraje extraño: extensas llanuras verdes se extendían hasta donde la visita podía alcanzar, coronándose solamente, por una borrosa visión de unas montañas casi perdidas en la lejanía del horizonte.

— ¿Dónde nos encontramos? — Felipe preguntó preocupado.

— Estamos donde debemos estar —Flidewick respondió un tanto molesto, quizá no era el lugar que él esperaba que fuera, pero estaba seguro que era el lugar que se le había indicado.

— ¿Y cuál es ese lugar? — Semth, igual de impaciente que Felipe, había hablado.

Nathalie y los Portadores de los ElementosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora