Elena la escuchó en silencio y después la miró con ese brillo de inteligencia que a menudo destellaba en sus ojos y anticipaba algún comentario agudo:
-Supongo que tus amigas deben tener una edad cercana a la tuya -la joven asintió- y que son atractivas y preparadas, -otro gesto de asentimiento- y que deben enfrentar la vida sin compañía…
-Por ahora sí -aceptó Sandra.- Pero no se trata de eso…
-¡Ah, sí, querida niña! Porque si así no fuera, no se expondrían a un ensayo que en esta época conlleva grandes riesgos.
-¡Pero Elena! Trabajaríamos con personas recomendadas por gente de confianza y aclarando los términos de la prestación. Están excluidas de esta propuesta las salidas con hombres solos… -aclaró un poco contrariada por las objeciones de la mujer.
-Entonces, querida, si te recomendara a mi amigo Ignacio que siempre busca compañía para ir al teatro, y de latoso que es nadie quiere acompañarlo, ¿te negarías?
Sandra, que conocía a Ignacio, visualizó al anciano cargado de achaques y pedantería y pensó que sería un buen cliente aunque hubiese que tolerar su petulancia.
-No. Estaría dentro de los estándares requeridos.
-Porque es un viejo que no supone más peligro que su lengua afilada -aprobó Elena.- Pero ¿qué tal si se engañan con alguna persona de intenciones aviesas? Vuestra juventud es muy tentadora -afirmó con seriedad.- Tal vez Ignacio pueda hacer un comentario inocente, alguien lo escuche y planifique un engaño que las tome desprevenidas.
-¡Estás hablando de una conspiración! -exclamó Sandra escandalizada.
-No, no. La gente no vive aislada y un viejo puede ser cómplice involuntario de un abuso.
-¿Sabés? Me arrepiento de que hayas sido mi primera interlocutora. ¿Adónde fue a parar tu mente abierta de las épocas del oscurantismo?
-Yo luché contra un medio hostil a la independencia de las mujeres, pero eso no aparejaba más que la desobediencia a la prohibición de estudiar. Ustedes se enfrentan al peligro de la droga y a la disolución de los mandamientos sociales. Creo que se exponen demasiado, querida.
-Hay recursos para protegernos - refutó Sandra con porfía.
-Después de una vida de enfrentamientos la mejor etapa la viví junto a Victorino, aunque desaproveché los mejores años. Tenía más de cuarenta cuando reparé en que mi fiel amigo podría ser mi amante y tuvimos la fortuna de convivir durante quince años.
-Me alegro por vos, pero no veo cómo se relaciona con nuestro proyecto - replicó la joven.
-En que antes de pensar estrategias tan riesgosas, ¿por qué no se abocan a buscar un compañero que pueda compartir los gastos con ustedes?
Sandra se cruzó de brazos con un gesto obstinado y no contestó. Estaba decepcionada por los argumentos de una mujer que creía liberada de prejuicios y que le proponía una solución inaceptable. Ella debía probarse a sí misma que no necesitaba la tutela de un hombre para sostenerse dignamente. Si mañana conocía a un individuo con el cual compartir su vida, lo haría por amor y no por necesidad. Estaba visto que debería repensar sus motivos antes de volver a plantearlos. Elena respetó su silencio y ella trató de recomponerse. Rompió el mutismo con una pregunta:
-¿Por qué dijiste que desaprovechaste tus mejores años?
-Porque a Victorino lo conocí cuando jovencita, pero estaba tan ensimismada en mi rebeldía que no caí en la cuenta de su devoción. A los veinticinco tenía una matriz sana capaz de procrear. A los cuarenta me invadió un fibroma por lo cual me la extrajeron. Fuimos felices, pero lo privé de tener descendencia.
-Lo siento, Elena. Pero ¿habrías tenido hijos sólo por complacerlo?
-Cuando te enamores comprenderás que la maternidad no es un mandato sino una ofrenda más de amor hacia tu pareja. Pero dejemos de lado mi vida -sugirió con una sonrisa.- La tuya es más interesante. ¿Se puede saber por qué todavía no tenés un novio?
-Porque ninguno de los que conocí reúne los atributos para ostentar ese título -dijo Sandra con humor.
-Se te habrán cruzado hombres inadecuados. Dejame pensar… -se llevó el índice a la barbilla y quedó abstraída.
-Elena -declaró la joven incorporándose.- Me voy, y no se te ocurra presentarme a nadie. ¡Odio las citas concertadas! Ya me las ingeniaré para conocer a mi media naranja. -Riendo, se inclinó para darle un beso en la mejilla.- Hasta mañana, Elena.
La mujer la vio caminar con la decisión y flexibilidad que la caracterizaban. De la charla que habían tenido sólo le interesaba lo más reciente: que esa jovencita estaba sin pareja.