Capítulo 8: La búsqueda del guardián despierto

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Aún me tiemblan las manos, el frío aún perdura cortante jugueteando con mis doloridos huesos. Esta mañana ha sido la primera vez que he vuelto a ver el sol desde que me sumí en el sueño blanco, el terrible sueño blanco que me sobrevino cuando la tormenta de nieve arrastró conmigo y con Felfalas. No me encuentro con las fuerzas suficientes para caminar, el elfo encontró un carro de mercancía a las afueras de Brodain donde me lleva sin rechistar, no ha abierto la boca durante todo el viaje. Me envolvió en su capa de piel de zorro y continua estoico el camino cargando con mi peso que de seguro es superior al suyo...¿Cómo es posible que se mantenga aún con vitalidad?

—Felfalas...— Me decidí a entablar  conversación, a fin de cuentas le debía mucho a aquel extraño que en su día apareció salvándome la vida en el cementerio.

Sus cabellos castaños lucían ahora blancos cubiertos por la nieve. Sus labios algo purpúreos denotaban el frío que sufría el guerrero, parecía ocultar sus temblores, lo sé porque Bernoz solía hacerlo en mi presencia.

—Ahorra tus energías para cuando lleguemos a Zharan-Ilah—dijo el elfo volviendo su rostro inmediatamente.

 Proseguimos sin pausa nuestra  marcha. La soledad me sacudió con su doloroso látigo, la calidez no parecía ser uno de los fuertes de aquel elfo solitario. Me pregunto qué habrá sido de Ber. Debo reconocer que fue algo insólito, el modo con el que acabó con aquel ejército negro se había quedado grabado en mi mente a fuego. Se había convertido en algo tan intrigante como poderoso, y tan poderoso como peligroso...Un escalofrío volvió a recorrerme la piel cuando recordé su semblante cadavérico y su voz cavernosa.

—Haremos una pausa ahora que has despertado.— Fefalas dejó los asideros del carro en el suelo para acercarse a mí.

Asentí con la cabeza y traté de incorporarme. Un dolor lacerante me alertó enseguida que el impacto con las rocas durante la tormenta casi me habían costado la vida. Era lo último que recordé además de quedar sepultada bajo el hielo.

—No te esfuerces, puede ser peor.— Felfalas tomo asiento a mi lado—. Conforme vayas entrando el calor el dolor será aún más insoportable.

Cuánta razón tenía...El dolor de las horas y días posteriores a mi despertar fueron un tormento que decidí guardar solo para mí, como siempre he hecho.

—Necesito una pinta...

—No queda mucho para que lleguemos a nuestro destino, aunque me temo que no encontrarás lo que buscas en el lugar hacia donde nos dirigimos...— Una media sonrisa me devolvió automáticamente la mía.

Yo era bastante más alta que él sin duda, aún así, sus ojos hablaban de siglos y siglos de vivencias, de una sabiduría ancestral que perduraba en sus ojos almendrados. De uno de los saquillos de su cinturón extrajo unos frutos disecados y me los ofreció mientras él comenzó a masticar lo que parecían bayas silvestres.

—Tienes que recobrar fuerzas— dijo mientras masticaba—. No puedo estar ocupándome eternamente de este carro...

Tome los frutos y me los llevé a la boca. Eran muy dulces pero tenían poca sustancia, comencé a añorar las piernas de cordero al horno de fuego que hacían en las tabernas de Henderlborg. Sin darme cuenta había comenzado a salivar.

—Gracias Felfalas— dije mientras me volvía a envolver entre mis pieles y las del elfo—. No sé que habría hecho sin ti—. He de reconocer que en cuanto pronuncié aquellas palabras parecieron poco creíbles debido a mi orgullo, en realidad no podían ser más sinceras.

Felfalas frotó fuertemente sus manos buscando una fuente de calor, el cuero de sus vestiduras había quedado endurecido por el frío. Las congeladas montañas escarpadas de la región de Fjalarr ya eran invisibles, pronto los fríos vientos no volverían a ser un problema.

Cuentos de Delonna IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora