La Moura Oscura.

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Cat Brown estaba furiosa, y eso nunca era bueno.

Benjamin Preston había logrado escapar de la prisión aparentemente perfecta que había creado para él, y había asesinado a Harry de una manera sanguinaria. Le parecía increíble que un vampiro hubiese podido escapar de una trampa tan difícil. 

En todos sus años, nadie había podido escapar de sus garras, y se sintió indignada cuando, al regresar al agujero subterráneo que había convertido en una especie de hogar, vio semejante escena: La cabeza de Harry estaba varios metros lejos del resto de su cuerpo, mientras que un charco de sangre empapaba la alfombra de terciopelo. Aquella alfombra no era un obsequio común, al igual que ninguna de las cosas que se encontraban en aquella cueva deprimente.

Cat Brown caminó a través del charco de sangre, dejando las huellas de sus altos y afilados tacones, hasta que descansó en una de las sillas junto a la mesa, dejando escapar un suspiro de frustración. 

-Harry, eras un buen sirviente, pero no lo suficientemente inteligente para detener a un vampiro.- dijo, posando sus ojos dorados en el cuerpo decapitado del hombre que yacía como un saco de papas. Echó una mirada de reojo al resto de la habitación, y de nuevo se sintió llena de una profunda ira. Su trabajo no había sido completado con éxito, y ella no podía permitirlo.

Con furia, tomó uno de los muchos frascos sobre la mesa y lo estrelló contra la pared, donde se rompió en cientos de pedazos, dejando a la vez una sustancia naranja cubriendo la capa de cobre líquido que debía estar allí obligatoriamente.

Cat Brown miró a la pared, y fue transportada en su memoria a muchos años atrás, un milenio exactamente. Pues aquella exótica mujer de cabellos rojos y pálida como la luna llena no era ni un poco humana.

Recordó la luz del sol, la brisa que se escurría entre los árboles, jugueteando con ella y con las otras; recordó el aroma de las flores, y recordó la maldición. Se suponía que ni ella ni las otras debía salir del bosque, pero Cat era curiosa, y decidió hacerlo. Recordó el dolor del fuego, recordó a los hombres contaminando su frágil cuerpo con besos rudos y caricias que se convertían en golpes cuando ella forcejeaba por defenderse. 

Pero sobre todo, recordó cuando una noche, estando en una celda de cobre, el único metal que lastima a las de su especie según descubrieron los asquerosos hombres, una figura surgió de la oscuridad. Cat nunca había visto algo semejante, pues las de su especie tenían prohibido terminantemente el contacto con otros seres, tanto humanos como sobrenaturales.

-Hola, linda moura.- dijo la sombra en una voz espectral, que hizo que los dorados ojos de Cat se abrieran de par en par del miedo.

-¿Q-quién eres?- dijo, en una voz fracturada, debido a las muchas veces que gritó por ayuda, pero ni sus antiguas compañeras, su amiga la brisa ni la luz del sol le hicieron caso.

-Soy el que va a liberarte de tu prisión.- dijo la figura, emitiendo una  llenando el campamento de los hombres de una oscuridad incluso mayor que la de la noche. De pronto, las fogatas y las antorchas se apagaron, y los humanos que vigilaban se pusieron alerta.

Cat podía ver claramente en la oscuridad, cuando se sumergía en las profundidades del océano y bajaba hacia el desconocido abismo, en el escondite secreto de las mouras, podía distniguir cada piedra, alga y criatura. Pero a diferencia de aquellas veces, esta figura era totalmente imperceptible, no le distinguía forma alguna.

-Si vas a liberarme, necesito saber el nombre de tan generosa alma.- dijo Cat, de pronto sintiendo ganas de escapar. La figura iba a ayudarla, y ella ya no podía permanecer ni un minuto más en aquel sitio, con aquellas horrendas criaturas llamadas hombres.

La figura rió aún más fuerte, haciendo que Cat se acurrucara hacia atrás, tocando accidentalmente uno de los barrotes de cobre con la espalda, quemándola.

-Generosa...- repitió la figura una vez más en aquella voz siniestra- No, inocente moura. No soy un alma, y mucho menos generosa. Voy a liberarte, si haces algo a cambio por mí.-

Cat no lo pensó dos veces, lo cuál se convertiría en su terror, en su pena.

-Lo que sea, pero sácame de aquí.- dijo, y acto seguido, la jaula de cobre se abrió de golpe, y la moura fue libre. Podía regresar a su mundo nuevamente, al océano.

-Ahora, es momento de que cumplas tu parte del trato.- dijo la figura, y Cat de pronto sintió temor por lo que le pediría, pero siendo valiente como era, asintió.

-Vas a tener que asesinar a todos y cada uno de los hombres de este campamento, y luego voy a introducirme en tu cuerpo, pues necesito de un organismo vivo para existir.- dijo la figura, pero al parecer, no siguió el orden de las cosas que dijo, pues inmediatamente un humo negro se introdujo por la boca, la nariz, los oídos y los ojos de Cat, llenándola de una oscuridad enorme, de una sed eterna de venganza.

Cat mató a todos los hombres, dejando el campamento hecho cenizas. La antigua Cat se habría horrorizado ante la escena que ella misma había hecho, pero esta Cat era implacable, y no sintió ni una pizca de remordimiento. Mucho menos, cuando al volver a su mundo, castigó con la muerte a aquellas mouras a las cuales había llamado hermanas. Las quemó, las degolló, y con cada muerte, ella se sentía más fuerte.

Claro que fue capturada, y la reina de las mouras le castigó, prohibiéndole ver el sol, los árboles, la brisa. La condenó a vivir de las muertes y la desgracia de la humanidad, y el alma de Cat, la que una vez fue una moura igual a las otras, se oscureció totalmente.

Había pasado muchos años luego de aquel suceso, y Cat decidió que jamás olvidaría el día en que la oscuridad se había apoderado de ella; así que vagó por el mundo durante los siglos, odiando a la humanidad pero condenada a vivir entre ella y su dolor, que cada vez poblaba más y más la tierra; llegó incluso al Nuevo Mundo, un continente que ella ya conocía pero los humanos no. Veinte años atrás, había llegado a una ciudad humana llamada Nueva York, y decidió esconderse en las profundidades de lo que se conocía como el 'metro'.

Allí, Cat se construyó un hogar, pero, recordando su castigo eterno, cubrió las paredes de cobre líquido, para que siempre se sintiera enjaulada. Pronto supo que  habían seres humanos tan despiadados como los que alguna vez le habían capturado, así que los invocó.

Los odiaba, sí, pero necesitaba de ellos para provocar miseria, así que junto a los treinta humanos que aparecieron ante sus pies, formó la Secta de la Telaraña, un grupo que causaría desgracias a domicilio, como así le decía.

Ella se las había arreglado para que todos los humanos que pertenecían a la Secta de la Telaraña le debieran ciega obediencia; colocando una marca en su piel, como una especie de tatuaje. La Secta de la Telaraña ofrecía a sus clientes el servicio más cruel: la muerte.

Si un cliente contrataba los servicios de la Secta, era por una razón específica: dinero, poder, salud física o mental; incluso amor. Todas las cosas que iniciaban una guerra. Pero si un cliente contrataba los servicios de la Secta, Cat se encargaba de que el trabajo fuese impecable.

Aún podía recordar el placer que le produjo cuando recibió de manos del ahora fallecido Harry West Greyson su regalo personal, el recordatorio de que otro trabajo había sido cumplido satisfactoriamente.

Su último cliente había sido alguien de renombre, un personaje de la aristocracia neoyorkina, y estaba gravemente enfermo. Había pedido ser sanado por los poderes de la Moura Oscura, y ella sabía lo que debía hacer. Debía asesinar almas capaces de sanar, almas dedicadas a la salud. Almas que tuvieran un sueño de convertirse en sanadores de cuerpos: Médicos.

Sí, Cat Brown era la culpable de todo lo sucedido la noche del veintitrés de junio de 1992. El 'Caso de los Seis' había sido obra suya, pues sus servicios así lo requerían.

Vrykolakas: La Venganza.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora