Capítulo 22.

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Una preocupada Sonia y una avergonzada Rosa fueron las únicas personas que los despidieron en el terminal de autobuses que salía temprano en la mañana, después de una serie de abrazos y un consejo de mi padre: 'No debes temer a los cambios, hija. Debes enfrentarlos y asumirlos. Para eso te crié, para que seas una mujer fuerte.' También una frase de Celeste, para finalizar su estadía en San Antonio: 'Nos vemos en el bodorrio, hermana'.

 'Todo lo bueno tiene su final' es un dicho bastante popular, y lamentablemente es cierto. Ver a mi padre y a mi hermana irse del pueblo significó volver a ser adulta, ocuparme de mis asuntos, responsabilizarme de mis actos y cumplir mis promesas. Una de las cuales hasta ahora no había - ni quería- cumplir.

Decirle a Sonia que le pediría ayuda a los Bolívar a averiguar quién o qué era el causante del accidente de auto de Stefan posiblemente era un error de mi parte, pero ya lo había dicho, y debía hacerlo.

Los vampiros Bolívar eran ciertamente mis amigos, y podía pedirles ayuda en caso de necesitarla. Pero no eran amigos de Sonia, y la respuesta que recibiría de ellos era tan impredecible como el clima del pueblo. Durante la semana que pasó luego de haber hablado con Sonia respecto al extraño suceso con su hermano, sentía vergüenza de mirarla a la cara y admitir que no podía decirles nada a los Bolívar, por miedo a que rechazaran la propuesta. Pero también, tenía miedo de que por la misma negativa, Sonia intentara averiguar algo por su cuenta.

Ella, aunque era cierto que durante los meses después de su 'renacer' en el aquelarre de las brujas del sur había aprendido ciertas habilidades mágicas, no era lo suficientemente poderosa para enfrentarse a lo que fuese que estuviera acechando en el bosque. 

Lucía Bolívar no mentía cuando me dijo en una oportunidad que el pueblo de San Antonio era un territorio muy deseado por criaturas sobrenaturales, y secretamente había estado en guerra su dominio. En muchos años, la seguridad del pueblo frente a la amenaza de seres no tan agradables estaba a cargo de los tres vampiros habitantes de la montaña, mientras que el área del bosque antes de llegar al pueblo le pertenecía a las brujas. Entre ellos se repartían la tarea de evitar que algo cruzara la frontera de la salvaje naturaleza a la frágil civilización.

Me levanté con rapidez de la cama, y luego de darme una ducha y vestirme con uno de los trajes que había comprado en aquel día de compras, salí de la habitación y bajé las escaleras.

Los hermanos Deville estaban abajo, en la sala, hablando en voz un poco más alta de lo normal.

-¡Te prohíbo que lo hagas, Sonia! No vas a meterte en problemas que no son tuyos.- exclamó Stefan, que aunque seguía adolorido, su voz resultaba amenazante. Por un momento, pensé en quién de los dos habría nacido primero. 

-Se convirtió en mi problema desde que se metieron contigo. Eres mi hermano, y estás herido por culpa de uno de esos monstruos.- le replicó Sonia, ella de pie frente a Stefan que se hallaba sentado en el enorme sofá.

Era extraño ver a dos personas que por lo general siempre están de buen humor discutir entre ellos. La tensión en el aire era tan pesada que casi podía sentirse, por lo que me vi en la necesidad de romperla, por lo que carraspeé ligeramente y dije un tímido -Buenos días.-

Los gemelos posaron sus ojos aguamarina en mi, y sentí ganas de correr escaleras arriba y encerrarme en mi habitación, pero solo por un momento, porque enseguida ambos se dieron cuenta de lo que había intentado hacer y sonrieron ante mi acción.

-Buenos días, Rosa.- dijo Stefan, sonriendo a medias y mirando de reojo a Sonia, quien se había sentado al otro lado de su hermano, alejada de él por un cojín que dispuso entre ellos.

-Hola, Rosa. ¿Cómo has estado? No te he visto en una semana.- dijo Sonia, en un tono de voz algo crudo para ser un saludo. Mas bien, parecía ser una acusación. 

Estrella Fugaz (Sol Durmiente Vol. 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora