01.

75 0 0
                                    

Las calles estaban inusualmente vacías aquella noche. Había algo distinto en el ambiente, un miedo inexplicable que influía en las personas de la ciudad más allá de su propia comprensión; algo que las incitaba a huir del exterior antes de que el sol se ocultase por completo. Era bastante probable que nadie sintiera de forma verdaderamente consciente esa fuerza, ese desasosiego por llegar a algún lugar seguro.

Nadie, salvo él.

El que fuera antiguamente el laboratorio más prestigioso de la ciudad, se hallaba ahora abandonado y en un estado deplorable. En lo alto, el letrero que antaño rezaba, en un reluciente verde, las grandes letras de su nombre y logo, ahora eran prácticamente un borrón gris mimetizado con el resto de la fachada, la cual estaba salpicada de pequeñas heridas que dejaban a la vista el ladrillo vivo de su estructura.

Alzó la vista y suspiró. Tenía que entrar.

Por un instante, un pensamiento de cobardía intentó hacerle creer que no estaba preparado, pero tenía que entrar a por ella, tenía que conseguir otra oportunidad.

Se introdujo en el ruinoso edificio desapareciendo en la oscuridad de su interior. En ese instante se detuvo en el umbral y rememoró el motivo por el que se encontraba allí.

«Ella se fue de madrugada, tan sigilosamente que no hubo nadie capaz de averiguar su paradero, los motivos que la movieron, cómo pudo haberlo hecho.

Pasaron días, semanas… hasta meses. La habían dado por desaparecida hasta que todo el mundo terminó por pensar y asimilar que había muerto, pese a no encontrar tan siquiera su más mínimo rastro.

Pero entonces, el día menos pensado, ella regresó. Sólo que ya no era ella misma.

El color de sus ojos se había tornado en un rojo escarlata intenso, como inyectados en sangre. Su figura se había vuelto más esbelta y torneada, su cabellera más espesa y negra y de un negro tan intenso como la noche más cerrada. En lo que él la vio, retrocedió asustado. Ella se acercó a él con paso decidido y se inclinó a su oído.

- Ahora ya tengo todo lo que quería. – Susurró. – Podremos hacer lo que queramos, sólo tienes que venir conmigo y seremos libres para siempre.

Él negó con la cabeza retrocediendo cuanto podía. Era incapaz de articular palabra alguna. Aquel ser no era ella, no era la persona a la que tanto había amado y amaba. En cuanto estuvo lo suficientemente alejado, echó a correr sin mirar atrás. Corrió tanto como sus piernas le permitieron, hasta que le ardieron los pulmones. Huyó de ella.»

HurricaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora