Capítulo 10

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ESA NOCHE ALEJANDRA NO PUDO ESTAR a solas con Nikolav ya que Juliann no le quitó los ojos de encima en ningún momento. Deseaba hablarle sobre la promesa que le había hecho al hada que había creído ser su marido, para poder así confiarle los sentimientos que experimentaba acerca de todo. Pero no tuvo la oportunidad y, para cuando Nikolav tomó el avión a Bulgaria, ella ya se había dormido hacía un buen rato. Tampoco pudo despedirse de forma apropiada, al menos no de la manera en la que ella habría deseado.

Al día siguiente, se dedicó a pintar. Al menos eso la ayudaría a no pensar en todos sus problemas. Pintó un parque hermoso al lado del río, donde le gustaba ir cuando era niña, ya que la tranquilizaba completamente. El solo hecho de observar ese cuadro la ayudaría a sentirse mejor. Juliann por suerte se mantuvo bastante distante. Era mejor así, ya que no quería tener que hablar con él. Lo que menos deseaba era que le recordase que nunca podría estar con Nikolav. No lo soportaría.

Cuando menos se dio cuenta ya era de noche; se dio un buen baño, se vistió, disfrutó de una silenciosa cena con el otro hada en la casa y luego se encerró en su cuarto, donde había colgado el nuevo cuadro que había hecho. Los nueve cuadros-portales aún estaban uno al lado del otro, de manera ascendente, frente a su cama. Ella se preguntaba si Nikolav estaría en el reino de los vampiros en esos momentos, o simplemente antes de entrar por el portal físico en Bulgaria. ¿Estaría ya con Razzmine? ¿Le sería fácil encontrarla?

«A esa bruja le conviene cooperar» pensó Alejandra, sentándose en su cama

***

Nikolav había llegado a Bulgaria y el sirviente que lo había acompañado le había abierto su ataúd una vez que el sol se había ocultado. Estaban en un hotel cinco estrellas, pero él no pensaba quedarse allí por demasiado tiempo. Debía ir a hablar con Razzmine lo antes posible. Apenas se aseguró de que su sirviente se encargaría de todo lo necesario en el hotel, salió rumbo a la casa de la bruja.

Ella vivía en el medio del campo, a menos de un kilómetro de la entrada física al mundo de los vampiros. Siempre había sabido aprovechar esa posición. Ahora tenía el control sobre los vampiros ya que de ella dependía quién quedaría en el poder. Poseía la llave y el vampiro interesado en el trono que la consiguiese sería el sucesor. Nikolav había sido informado de que ella aún no había entregado la llave a nadie, pues estaba esperando que le ofrecieran un trato sin igual; su precio sería prácticamente imposible de pagar.

Nikolav corrió a la velocidad de vampiro; ningún ojo humano podría verlo. Cuando menos se dio cuenta, estaba corriendo por el medio del campo, llegando a la morada de Razzmine, esa bruja traicionera. Entró en su casa de la bruja, derrumbando su puerta. Era uno de los pocos vampiros que ella había invitado a entrar, por lo cual podría hacerlo cuando lo desease. La encontró sentada delante de una mesa redonda en el medio de la sala, haciendo algo con unas hierbas secas.

—¡¿Nikolav?! —exclamó ella, sorprendida de verlo allí y poniéndose de pie de inmediato. Él sabía que no podría hacerle nada si no había preparado las hierbas necesarias para lanzarle un hechizo, a no ser que tuviera a mano los ingredientes para hacerlo, lo cual él dudaba ya que la había tomado por sorpresa.

—Buenas noches, bruja traicionera —la saludó él, mirándola con ojos furiosos. Ella tragó saliva.

—¿Qué haces aquí?

—Creo que tenemos asuntos pendientes que tratar —le dijo él—. Teníamos un acuerdo de lealtad que has roto. ¿Sabes cuál es la consecuencia de romper un trato sellado con sangre? — Razzmine palideció.

—Lo puedo explicar, Nikolav —dijo ella, pero las palabras se le escapaban.

—Ya lo sé, pensaste que no escaparía del castigo de los guardianes. ¿Cierto? Ahora sabes que, por no haber cumplido tu palabra, si yo lo pido ante un tribunal, se te dará la muerte.

Sangre Olvidada: Sangre enamorada #3 (Versión original)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora