Capítulo I

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Prólogo

        Cuando corres, cuando tu velocidad es la precisa para que sientas el viento chocando de frente contra ti, se hace difícil respirar. Pero aun dentro de lo que podría dificultar el estar fatigado, corriendo mientras empuñas una cimitarra con la mano derecha, y con la izquierda secas el sudor que se mezcla con la sangre en la frente, los sentidos se agudizan más. Sientes que ves todo en cámara lenta y puedes determinar lo que harás en el siguiente segundo.

***

Octubre, 732 D.C.

--El hilo conductor de esta novela es la fecha de cada capítulo. Debes mantener claro que año estás leyendo para no perderte.--

        Najid miró hacia su lado derecho y divisó la gran cantidad de caballos que se acercaban. De igual manera, a su lado izquierdo, se alejaban los únicos compañeros del grupo que aún estaban vivos. La resolución instantánea fue correr junto con ellos hacia las montañas donde al menos podrían reagruparse y planificar un nuevo ataque. Corría con más fuerza y rapidez mientras seguía secando su sudor. Adentrados en las montañas, usaron sus espadas para abrirse camino por los lugares difíciles, pero con todo el ruido y el descontrol terminaron más esparcidos que unidos. Esto dio paso para que las fuerzas que venían montadas a caballos entraran siguiendo el rastro de las pisadas más unidas. Lógicamente hacia ese lugar debía de haber ido la mayoría de los árabes. Y fue hacia esa dirección donde el general, al frente de los demás y montado sobre su corcel, señaló con el dedo. Definitivamente era el último momento para Najid.

        Sus intentos de supervivencia le vinieron de mucha ayuda pues se terminó de desligar del grupo y tomo la empinada a paso callado, usando árboles para ocultar su rostro. Se despojó de sus pertenencias y las lanzó rio abajo para que no lo buscaran más. No podía darse el lujo de dejarlas en tierra. Miró a su alrededor y no vio una sola persona así que sin más nada que pensar, subió.

        Mientras tanto abajo en la falda de la montaña comenzaron a escucharse gritos y discusiones. Se habían encontrado los dos grupos en lucha y los árabes no tenían la intención de rendirse. La proporción era de 4 hombres a caballo por cada uno de los árabes. Pero el corazón de los últimos luchó bastante ante los ataques de los primeros. Poco a poco se fueron acallando voces y los sonidos de los caballos iban silenciándose. Los cuerpos de los árabes caían a la tierra. Algunos decapitados, otros sin algunas extremidades. Algunos pisoteados en el pecho por los mismos caballos y muriendo, mientras el torso se le enterraba en los pulmones y el corazón y hacia pedazos su interior. No fue todo bien para los que venían a caballo. Hubo bajas de ambos lados y los árabes no dejaban un cuerpo sin cabeza. La costumbre y ritos de estos era tan intrínseca a ellos que , aun en una batalla que sabían perdida, siempre se colocaban detrás del cuerpo moribundo del enemigo y le cortaban la cabeza. En el último suspiro los ojos deben ver el horizonte. Y ese pensamiento dejó a muchos jinetes decapitados.

        Najid ya casi había subido la empinada. Incluso había cruzado el rio nadando, decisión que le daba al menos un día de ventaja sobre sus enemigos ya que un ejército a caballo debería bordearlo y no era tarea fácil. Ya cuando estuvo al otro lado y casi en la cima giró su vista y un recuerdo le arrancó el llanto. Se acostó boca arriba en el pasto y comenzó a llorar mientras veía las estrellas del cielo que comenzaban a mostrarse, con la vista desenfocada por las lágrimas. Cuando la sensación de la adrenalina baja, la mente comienza a ver el todo como es en realidad y deja de enfocarse solo en uno mismo. Y ahí lo recordó. Luego de llorar se levantó y buscó un mejor lugar para ver que estaba pasando abajo. Lo consiguió, detrás de una cadena de piedras. Inclinó un poco su cuerpo y lo vio todo. Sus compañeros en el piso derrotados y muertos. Solo quedaba un hombre en el medio de todo el grupo de cuerpos sin vida. Su cara estaba destrozada, y su cuerpo aun empuñaba la espada árabe. Para sorpresa de Najid, notó cuando el líder del grupo se paró detrás del sobreviviente, le arrebató la espada de las manos, le haló la cabellera y logró que su mirada viera el horizonte, aunque obstruído por las montañas. Con toda seguridad él no veía al árabe en las piedras, pero sin duda Najid lo veía mientras no paraba de llorar. Y allí, aun sabiendo que había salvado su propia vida, vió como la cabeza de su hijo rodaba por el suelo.

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Eva No DespiertaWhere stories live. Discover now