IX. Un nuevo aprendiz

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IX. Un nuevo aprendiz

“Y sinceramente, estaríamos muy agradecidos si lo entrenases”, escuchamos una voz al otro lado de ese techo.  Los tres nos volteamos.  Astra además da un salto hacia adelante y se pone en posición para iniciar una pelea.  Está con la cola en alto, con las orejas inclinadas hacia adelante.  Más atenta no podría estar.

“Tranquila, Astra”, dice Cliste.  Avanza y se para junto a ella. “Tranquila.  Apenas es nuestro viejo amigo Kenzo.  Jefe de seguridad para el Consejo de Miraflores.  Qué honor, viejo amigo. ¿Se puede saber qué hacer aquí?”

Kenzo es un gato de pelaje oscuro.  Limpio y pulcro.  Un ojo brilla más que el otro.  Camina con un ligero cojeo que evidencia que una de sus patas está dañada.  Viene acompañado de otros tres gatos más jóvenes.  Los he visto antes en la calle.  Son agentes de seguridad.  Nos miran con curiosidad.

Aunque eso no es preciso.  Al que están mirando es a Cliste.  Con suma curiosidad.  Él nota eso.

“¿No me vas a presentar a tus compañeros?”, pregunta sonriendo. “¡Qué rudo de tu parte, viejo amigo! Cualquiera diría que te preocupa que les meta ideas en la cabeza. ¿Es eso, Kenzo? ¿Tienes miedo de que les meta ideas a tus inmaduros guardias?”

“No, Cliste”, responde Kenzo sonriendo también. “Diles lo que quieras. ¿Es que acaso no te acabo de pedir que tomes a este muchacho como aprendiz? Necesitamos gatos con ese talento tuyo de observación.  Alguien que sepa deducir como lo haces tú”

“Lo siento, viejo amigo”, responde Cliste. “Pero eso no es algo que se pueda enseñar”

“Puedo aprender”, reclamo. “Yo era el más inteligente de mis hermano.  Iker era el valiente, pero yo era el inteligente”

No he terminado de decir esto y ya sé que he hecho mal.  Cliste me mira y niega con la cabeza.

“Se trata mucho más que solamente ser inteligente, niño”, mira desafiante a Kenzo. “Y no me interesa si Miraflores tiene o no tiene un detective.  Debieron pensar mejor en eso antes de tratarme como lo hicieron”

“Vamos, Cliste”, Kenzo discute. “No fuimos todos.  Por un error de los miembros del Consejo vas a castigar a todos.  Eso no suena lógico.  Y se supone que tú eres una persona lógica”

“¿Quieres hablar de lógica?”, Cliste se ríe. “El gran Kenzo, que basó su reputación en capturar ratas enfermas y viejas, me quiere hablar de lógica.  El gran Kenzo, que disfruta de los beneficios de un puesto que ya ni debería existir. ¿A qué amenaza te enfrentas diariamente, Kenzo? ¿Qué haces para practicar? ¿Para mantenerte en forma? Tú”, señaló a uno de los jóvenes que habían venido con el gato negro. “¿Cómo te llamas?”

“Noa”, responde el gato.

“Dime, Noa, ¿respetas a Kenzo? ¿Lo admiras? ¿Quieres ser como él?”

Kenzo frunce el ceño.  No le gusta la dirección que está tomando la conversación. 

“Vamos, Cliste, no hace falta que...”, comienza a quejarse.

“No, vamos, tú querías ser lógico”, le interrumpe Cliste.  Luego mira a Noa de nuevo. “Dime, muchacho. ¿Por qué te metiste de agente de seguridad? Los gatos de Miraflores no pelean grandes guerras ni épicas batallas.  No alcanzarás la fama.  No te volverás famoso.  Eres el cuidador de la tranquilidad en un distrito tranquilo.  Me es difícil imaginarme una ocupación más aburrida para un gato. ¿Lo hiciste, quizás, por admiración a Kenzo? ¿Lo viste caminar por ahí y te dijiste a ti mismo que querías ser como él?”

“No, señor”, responde Noa de inmediato.

“¿Entonces?”, insiste Cliste. “¿Por qué?”

“Mi familia, señor”, responde Noa rápidamente. “Mi familia sobrevivió la matanza.  En agradecimiento yo ingresé a colaborar con la Guardia”

¿La matanza? Nunca había oído hablar de ninguna matanza.  Siento muchísima curiosidad al respecto, pero decido no interrumpir.  Para cuando me doy cuenta, esta vez he tomado la decisión correcta.  Observo cómo la mención a ese evento afecta a Cliste y a Kenzo.  El detective mira a todos y luego me mira a mí.  Kenzo, en cambio, está con su atención fija en él.

“¿Ves? Si hubiésemos tenido a alguien como tú en ese entonces...”, comienza a decir Kenzo, pero no termina su oración.  Como un rayo le salta encima Astra y lo tumba al suelo.  Para cuando Noa y los otros dos jóvenes pretenden intervenir, Cliste da un salto y se pone entre ellos y Kenzo, quien termina en el suelo con una garra de Astra en el cuello.

“Nadie se mueva”, murmura Astra, pero todos la oímos bien.  Luego acerca su cara a la de Kenzo y le susurra. “Jamás vuelvas a mencionar la matanza para pretender presionarnos a que hagamos algo”

“Yo...”, intenta decir el gato negro. “Yo no...”

“Bien, muchachos, esto es lo que va a pasar”, Cliste vuelve a ser el gato sonriente que había sido hasta hace unos minutos. “Astra y yo nos vamos a retirar y ustedes nos van a dejar en paz.  El Consejo nos ha encomendado una misión y estamos en la mitad de cumplirla.  Pero tenemos que ir a ver lugares, visitar gente”

“¿Y yo?”, pregunto decepcionado.

“Tú, joven Dalton”, Cliste se voltea hacia mí. “Espero que tengas aún fuerza en esas prodigiosas piernas tuyas, porque vas a tener que mantener nuestro ritmo.  Si te retrasas, te dejaremos atrás. ¿Está eso claro?”

Yo asiento y me alegro.  Soy aprendiz de Cliste después de todo.

Los gatos de MirafloresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora