Hefestión

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El vehículo con chofer avanzaba por las calles de la ciudad en dirección al hotel. De las personas que se encontraban dentro, sólo una miraba fascinada por la ventanilla cómo atravesaban lugares desconocidos y con seguridad sorprendentes. Darcy, que poco faltaba para que tuviese la nariz pegada al vidrio, era una joven actriz amateur en la mitad de sus veinte. Aquél era su primer viaje al exterior, y lo hacía nada menos que junto a su nuevo jefe y actor premiado, Russell Crowe. Hacía pocas semanas que había comenzado con su nuevo empleo y esperaba que su posición de asistente le proporcionase nuevas oportunidades de viajar. Ansiaba, además, que gracias a posibles futuros contactos se le abriesen muchas puertas, o más bien telones de escenarios. Si bien le habían advertido que no sería un empleo sencillo, ya que el hombre tenía fama de ser una persona difícil y solía dar muestras públicas de mal carácter, ella pensaba que no sería algo tan terrible de soportar. Aunque era  un poco difícil de creer mientras lo miraba de reojo, enfurruñado sobre el asiento. Desde que el avión había aterrizado en el aeropuerto de la ciudad de Atenas, él no había cambiado el gesto ni mencionado una palabra en absoluto. Al parecer, según había dicho, no le gustaban demasiado los viajes en avión, así como tampoco le atraía la idea de ese inminente trabajo que debía cumplir. Considerando eso, ella aún no estaba muy segura de cómo lo habían convencido de aceptarlo.

Ellos estaban allí, en la cuna de la civilización, porque a Crowe lo habían contratado para hacer una importante publicidad para una popular marca de cerveza estadounidense. ¿Por qué habían debido atravesarse el mundo para llegar hasta allí? Pues porque a un creativo de la publicidad se le había ocurrido que sería una buena idea caracterizar al actor como un antiguo dios griego. Seguramente pensó que si había podido representar a un gladiador romano, perfectamente podría presentarse como un dios griego. Darcy encontraba eso algo cómico, ya que los dioses siempre habían sido representados como imponentes y bellos, con cuerpos esculturales. Si bien Russell Crowe era un hombre atractivo, a sus cincuenta años estaba lejos de la imagen que lo había hecho tan deseado en la película Gladiador. En la opinión personal de la muchacha, no respondía en absoluto a la imagen de una deidad griega. Pero de cualquier modo, ella no se quejaba, ya que ese trabajo le daba la oportunidad de conocer una ciudad tan fascinante como Atenas.

Una vez en el hotel, el momento tan temido finalmente se hizo realidad: debían bajar del automóvil frente a una entrada donde varios periodistas montaban guardia con la intención de obtener algunas declaraciones de Russell. Él, ofuscado, se escondió detrás de unos lentes de sol.

—Siempre metidos en el camino. ¿Es que no puedo ni siquiera llegar a la ciudad después de un largo viaje sin que estén molestando?— rezongó.

—Señor Crowe —intentó calmarlo Darcy—, los periodistas son necesarios, ayudan a promocionar sus películas. Quizás sería mejor si les tuviera un poco de paciencia…

Russell se levantó las gafas y la miró fijo, entrecerrando los ojos.

—Y quizás sería mejor que tú te abstuvieras de hacer recomendaciones —le respondió secamente. Luego volvió a bajarse los lentes de sol y descendió del auto junto a sus guardias de seguridad. Dirigiéndose a uno de ellos preguntó en voz baja, aunque lo suficientemente alto como para que su asistente oyera —. Recuérdame, ¿por qué contraté a esta niña? —luego se dirigió hacia donde se encontraban los paparazzi y, esquivándolos con ayuda del personal de seguridad, entró al hotel sin siquiera amagar hacerles un saludo con la mano.

Darcy bajó del auto, aguardó hasta que el conductor le entregó el equipaje e ingresó al hotel llevándolo a cuestas. Un botones la vio y se acercó para ayudarla. Mientras pasaba totalmente inadvertida frente a los medios, no pudo evitar un suspiro. Definitivamente, trabajar para Russell Crowe no sería un juego de niños.

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