IX

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Demasiado cerca, pensó Claudeen.

Sin darse cuenta, estaba conteniendo la respiración. Claudeen era consciente del más mínimo detalle. Afuera se desarrollaban los entrenamientos de los diversos equipos deportivos, unas chicas animaban el partido de sus amigas, los pájaros surcaban el cielo y cantaban una canción tranquilizante para los oídos de Claudeen, a pesar de eso no conseguía que su cerebro dejara de enviar señales para que dejara de temblar. Se trataba de la primera vez, los pájaros siempre la sacaban de sus estados de shock.

—¿Claudeen? —inquirió Henry, dejando de ejercer tanta fuerza en sus pequeños hombros.

Las palabras de Frank gritaron desde el fondo de su cabeza. Sabes lo que sucede si dices algo o alguien más te pone un dedo encima. Inmediatamente, el suave tacto de Henry pareció quemarle y su piel se erizó. Se obligó a despegar los pies del suelo, uno después del otro. Al hacerlo casi tropezó, Henry intentó ayudarla a equilibrarse nuevamente, pero se encontró con el rechazo total de la pelirroja. Herido, la vio retroceder y chocar contra los casilleros. La chica profirió un grito de dolor, se llevó las manos a la nuca.

—¿Claudeen? —insistió dando un paso hacia ella. Creyó ver una lágrima resbalar por la mejilla derecha, al segundo siguiente no había rastro. Quizá fue solo su imaginación.

—¡No! —chilló, pegándose más al metal—. No, por favor —rogó con un hilo de voz, quebrado.

—¿Qué sucede?

—No te acerques, por favor —pidió poniendo sus manos al frente. Henry leyó en sus transparentes ojos verdes el miedo a otra persona, por la forma en que agarró su brazo a la altura del moretón, entendió más de lo que Claudeen hubiera deseado—. No lo hagas —susurró, desviando la mirada a la ventana del rincón.

Henry se agachó. Quedando a su nivel, le quitó un mechón del rostro, produciendo un pequeño respingón en la chica. Concluyó que ese día no conseguiría sacarle la verdad, Claudeen se quedaría callada por un buen tiempo antes de contestarle con una evasiva que parecería la verdad pura y él le creería. Soltó un sonoro suspiro. Se volvió a poner de pie, rindiéndose por un buen rato.

—Regresemos —dijo, abotonándose la camisa—. El quinteto ha de estar a punto de hacer volar el lugar —agregó, inyectándole un poco de diversión a sus palabras, aunque sonó muy forzado.

Le tendió una mano a Claudeen, pero no la tomó. Se limitó a asentir con la cabeza, sin moverse.

—¿No podrías confiar en mí? ¿Solo una vez? —pidió, sin retirar la mano—. Me está hartando tener que repetir que quiero ayudar.

—Pero yo... tú... —Henry rodó los ojos—. No es que no quiera, no puedo —bajó la vista a sus manos, dejó escapar una bocanada de aire.

¿Qué estaba a punto de decir? Las palabras que saldrían de su boca darían pistas del tipo de vida que llevaba, pero Henry insistía. Sentía que debía de darle una buena razón para que se alejara de ella, entre más juntos estuvieran, más problemas se causarían. Frank no se limitaría a castigar a Claudeen, ella lo sabía por experiencia.

—No hables —advirtió, alzando la mano—. Pides que confíe en ti, te digo que no cien veces y no entiendes. ¿Es tan difícil entender? —Claudeen clavó sus ojos en los de Henry, no permitió perderse en ellos o sentir ese imán súper poderoso. No era el momento para abobarse con la belleza sobrenatural del Dios griego que sabía tener enfrente—. No confío porque no puedo darme la libertad de enredar a una persona más en mis problemas. Relacionarte conmigo es algo similar a tentar a la muerte.

—¿Tiene que ver con la persona que te hizo eso? —señaló el brazo. Antes de poder dejarle a su cuerpo realizar cualquier movimiento, Claudeen se encontraba moviendo afirmativamente la cabeza.

Soy tu cliché personalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora