Un beso de verdad

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Los nervios pudieron más que el sueño esa mañana. Desperté algo ansiosa, aquel era mi primer día en la secundaria, el inicio de los últimos cuatro años de colegio. No sólo tenía un uniforme diferente, el establecimiento era nuevo también.

Al menos no sería la única extraña en ese instituto, todos los que ingresasen a primer año como yo estarían en la misma situación. Cepillé mi cabello, vi la hora e inmediatamente miré por la ventana. Él ya estaba ahí como cada día a las siete con treinta, ni la secundaría cambiaría nuestro hábito de la primaria. Rápidamente le abrí la puerta de la cocina para que me acompañase a tomar el desayuno, el segundo para él; decía que caminar dos cuadras desde su casa a la mía le abría el apetito, aunque estaba segura de que él tenía hambre siempre.

Entró y me saludó con un corto beso en los labios, como siempre desde que teníamos ocho años. Cualquiera pensaría que tal gesto implicaba que éramos novios, pues extrañamente no, sólo éramos mejores amigos.

***

—Vas atragantarte —lo regañé al ver como devoraba la comida, le pase un vaso con jugo y él terminó de pasar el alimento.

—Sobreviví —me respondió tosiendo, con una pose victoriosa que me causó gracia.

En lo que tomábamos y comíamos (él comía hasta los residuos que yo dejaba en el plato) entró mi padre, como siempre tenía un importante viaje de negocios, lo que implicaba dejarme en casa junto a Verónica, mi madrasta, y Michelle, mi hermanastra. Si tenía suerte la mamá de Daniel las convencería con métodos poco ortodoxos que me permitiesen quedarme con ellos. Ni yo, ni Daniel, ni su familia podíamos aguantarlas, no entiendo como mi padre pudo permanecer casado con ella por diez meses. Ella era mi tercera madrastra y la cuarta esposa de mi padre, él jamás duraba demasiado en sus presurosos matrimonios. De todas las mujeres que desfilaron en mi vida, Verónica fue sin duda la peor.

Esa situación llevaba a que Daniel se burlase de mí llamándole "princesa Disney", según él porque era rubia como ellas y tenía una malévola madrastra que me odiaba, junto a una insoportable hermanastra, digna discípula de su madre.

—Hola tío —saludó Daniel a mi padre, quien le devolvió el saludo con un pasivo movimiento de mano.

— ¿Arrasando mi cocina como siempre? —le preguntó sentándose junto a nosotros a la mesa.

—Sí, no dejaré nada, compensa lo que Samy vaya a comer los tres días que se quede conmigo, y si tienes suerte esa alimaña que vive aquí morirá de hambre —dijo refiriéndose a Michelle, yo sólo me cubrí el rostro con una mano, Daniel nunca tenía miedo de exteriorizar sus pensamientos, por más groseros e inoportunos que resultasen.

— No te refieras así de ella, y Samy no irá contigo, Verónica quiere que las tres pasen estos días juntos para conocerse mejor —respondió serio, un tanto molesto, pero acostumbrado a los comentarios de Daniel.

—Samy vendrá conmigo, la secuestraré después del colegio, escaparemos lejos y no nos encontraran hasta que vuelvas —afirmó con tanta convicción que no me sorprendía si fuese cierto. En momentos como ese agradecía conocer a Daniel de toda la vida, y que mi padre sea tan cercano a él como un tío, porque de otra forma no habría posibilidad de que le hubiese dejado pasar sus contestaciones.

Mi padre puso los ojos en blanco, ya apunto de hablar bajaron quienes menos quería.

—Buenos días papi —Michelle apareció con pose altiva y abrazó a mi padre con un fingido cariño, mientras, me miró directamente, de una forma desafiante. Lo hacía por molestarme, yo odiaba que le dijese papi, él no era su padre, era mío y ella una intrusa.

Nunca fui una persona rencorosa, sin embargo no podía evitar sentir desprecio por Michelle. Pudimos ser grandes amigas, tolerarnos al menos, pero por algún motivo ella me declaró una guerra desde que nos conocimos, esa era una situación que nunca pude comprender. Pensé muchas veces el motivo, mas su mente era demasiado indescifrable para mí, o tal vez demasiado simple y ella malvada por naturaleza.

Verónica también hizo acto de presencia, me saludó fríamente y le dirigió una desdeñosa mirada a mi mejor amigo, a la cual él no dudó en responder con el mismo reproche. Le dio un beso en los labios a mi padre antes que Michelle se alejase, formando así un perfecto retrato familiar, digno de una propaganda de banco.

Bajé la mirada con tristeza, Daniel se dio cuenta y su mente ya maquinaba alguna nueva maldad matutina para molestar a esas dos.

— ¿Entusiasmados por su primer día de secundaria? —mi padre llenó el incómodo silencio que se había formado a causa de la tensión.

— ¡Mas que entusiasmada! —Michelle saltó con una enorme sonrisa y se sentó junto a Daniel colgando su mochila de la silla—. Me entusiasma hacer nuevos amigos, soy muy sociable. Tal vez Samy también encuentre amigos que valgan la pena, claro si ya aprendió a usar sus cuerdas vocales. —Hizo un gesto desdeñoso con los ojos mientras acomodaba con elegancia una servilleta en su regazo.

Tanto mi padre como Daniel se molestaron. Mi padre lo disimuló por encontrarse Verónica cerca y extrañamente Daniel no dijo nada; mala señal, si él no hablaba era porque actuaría de seguro.

Los cometarios de Michelle me lastimaban. Yo era una persona de pocas palabras, muy pocas en realidad, prácticamente no hablaba; no solo por timidez, sino que era algo que me costaba demasiado. No fue hasta los seis años que escuché el primer sonido de mi vida. Nací con un problema de audición, el cual fue curado con varias operaciones, recién entonces aprendí a hablar correctamente. Aprender a esa edad lo que el común de las personas aprende desde bebé, causa dificultades. Al principio me daba vergüenza, puesto que era incapaz de gesticular a la perfección muchos sonidos, después fue la costumbre de comunicarme con señas.

Solo Daniel me inspiraba la confianza suficiente para hablar abiertamente. Hablaba más con él que con mi propio padre; como él viajaba siempre, las oportunidades de entablar una conversación eran ínfimas.

—Ya nos vamos —dijo Daniel de repente. Miré hacia él y noté que la barra de mantequilla que segundos antes se encontraba a su lado había desaparecido.

"Esto no es bueno" pensé suspirando. Me despedí de mi padre y a Verónica le hice un gesto cortés con la cabeza.

—El chofer los llevará en un momento, no es necesario que caminen— nos avisó mi madrastra.

—Preferimos caminar —sentenció Daniel agarrándome de la mano.

—Como un par de campesinos —espetó Michelle tomando su mochila.

En cuanto ella soltó un grito, Daniel me tomó con fuerza y me sacó corriendo de mi casa, antes que nos dijesen algo por la barra de mantequilla que ella había encontrado dentro de su mochila nueva.

Le reproché mientras caminábamos, él me escuchaba silenciosamente, bastante acostumbrado a que lo regañase por sus impulsivos actos.

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Una novela corta relatada por Sammy.

Esta historia sucede el mismo año que el epílogo de "Mi vida un show"

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