26. La otra mitad del verano lll

145K 5.2K 1.4K
                                    

¿A qué se había referido Seth con que no tenía razones para estar celoso? Hacía que me sintiera mal, como una ilusión muriendo lento dentro de mi pecho.

Sin embargo, no podía permitirme venirme abajo. 

De igual manera, cabía la posibilidad de que Seth estuviera mintiendo. 

Gabriel y Melisa nos encontraron y nos hicieron un gesto con la mano. Llegamos hasta ellos y Mel me dijo que quería ir al baño. Los chicos nos esperaron afuera mientras Mel y yo estábamos adentro. Noté que suss mejillas estaban rojas, al principio pensé que era por el calor y la adrenalina, pero cuando se miró al espejo y, sobresaltada, se apuró a mojarse y enfiarse la cara, supe que era algo más. 

No dije nada, sin embargo. Ocupé mi mente en pensar en el significado de las palabras de Seth, podía referirse a varias cosas, debía abrir posibilidades de esperanza.

¿Esperanza? ¿Qué demonios? 

Me despejé mojando una toalla de papel y pasándomela por la cara. 

Salimos y vimos a los chicos platicando, se veían muy serios, encerrados en su plática sin temor a que nadie los escuchara. Carraspeé y nos vieron, los dos sonrieron, como si trataran de despistarnos. 

-¿Ahora a dónde vamos? -pregunó Seth al cabo de un rato, al ver que no nos dirigíamos a ningún lugar en específico.

-¿Qué tal ahí? -Melisa señaló con el dedo la enorme rueda de la fortuna. Pude ver parejas admirando alrededor, pegados a los cristales. A los niños, y a sus padres que trataban de calmarlos y dejaran de brincar. 

-Me parece bien -opinó Gabriel. 

-A mí también, ¡vamos! -jalé a Melisa de la camisa hasta llegar frente a la casilla de venta de boletos. Le dimos el dinero correspondiente de cada uno a Gabriel y los compró, regresando con un papelito para cada uno. Esperamos en una fila no muy larga, que consumió a las personas en dos minutos y tuvimos que subirnos nosotros. 

Pensaba en lo magnífico qud debía verse todo a las alturas cuando vi que Melisa entraba con Gabriel, el joven encargado cerraba la puerta de la cabina y nos señalaba para que subiéramos. Por un instante, estuve por rajarme y decir que no quería subir, pero una extraña fuerza interior que no se llama voluntad me impulsó a subir en la cabina con Seth. 

Sola. Con Seth.

Madre mía, iba a matar a Melisa. ¿Por qué me hacía esto? No quería decírselo ahora, quería divertirme. 

¿Por qué no me dijo nada, quería sorprenderme? Pues lo había logrado, y como castigo le iba a cortar una oreja. 

Me senté de frente a Seth en la posición más incómoda, espalda recta, piernas juntas y los brazos a los costados, haciendo fuerza en los puños, sujetando el asiento. Seth miraba el exterior, sentado en una esquina, admirando cómo nos alzábamos. Y yo lo miraba a él. 

Tan emocionada que me había sentido por ver todo desde arriba, y ahora no podía apartar los ojos del condenado de McFare.

-¿A qué te referías con lo que dijiste hace rato? -le pregunté de la nada, sacándolo de sus pensamientos. Me miró, al principio sin comprender a lo que me refería. Cuando lo hizo, una breve sonrisa asomó por la comisura de sus labios. 

-¿Con respecto a qué? 

-Sabes de lo que hablo -le espeté, cada vez con más calor en el rostro. Sentía frías las manos y la cara ardiendo, nerviosa. Nerviosa, nerviosa, viosaner. ¡Ah! 

Se encogió de hombros, como si no tuviera importancia. ¡Ah, hombre, qué carajos pasa por tu cabeza!

-A eso. Que no tengo motivos para estar celoso. ¿Por qué lo estaría? -me miró, desafiandome con la mirada; una mirada felina, divertida, astuta, cautelosa. No era una pregunta retórica, me invitaba a contestarle. Y contestarle ponía mi dignidad en juego. 

CambioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora