La tragicomedia de la blanca doncella

46 3 2
                                    


Corrían los tiempos en los que las historias de siempre todavía se estaban configurando. Eran tiempos tristes, felices, extraños. Tiempos en los que la excepción era la regla y cualquier cosa podía suceder. Y, aunque hubiera dragones, princesas enclaustradas y todas las damas de la corte tuvieran nombre de flor, no faltaban tabernas, prostitutas, vino, pícaros y sirenas dispuestas a devorarte el alma a cambio de un módico precio.

Esta historia comienza en una de esas tabernas, con dos trovadores, varias jarras de cerveza de por medio y una apuesta para demostrar qué género es superior: la comedia o la tragedia.

Sanctos, el trovador que llegó primero a la mesa elegida para batirse en duelo, pidió una jarra de cerveza y permaneció mirando fijamente la espuma, abstraído en sus pensamientos. Su mirada era melancólica y revelaba un sinfín de experiencias ante las que más de un mortal cerraría ojos y oídos. La sombra de la decepción maquillaba su rostro y el efecto del alcohol, lejos de achisparle, parecía sumirle aún más en sus oscuras reflexiones. En efecto, era el trágico.

Pasada media hora, llegó Enrique, el esperado contrincante, saludando con familiaridad a varias chicas. Se presentó ante Sanctos sin excusa alguna por su tardanza y le invitó, para compensar, a una jarra de cerveza.

– Amigo mío – comenzó a decir Enrique – Alegra esa cara. Parece que asistes a un funeral.

– Todos los días asisto al funeral de algo vivo que muere. La vida es un luto eterno.

– Mientras nadie prohíba bailar en los cementerios...

– La risa hace que olvidemos rápido, torna lo trascendente efímero, y quién olvida lo que trasciende, no sabe quién es.

– Y quién no sabe quién es tiene un grave problema con los espejos. Un asunto muy serio, el que planteas. Casi tanto como hacer reír.

– Reírse de otros para provocar la risa denota debilidad moral.

– Quién sabe hacer humor de verdad, primero debe saber reírse de sí mismo.

– Los bufones deformes ya pasaron de moda – replicó Sanctos.

– Lo que ha pasado de moda es reconocer el bufón deforme que todos llevamos dentro.

– Eso, en realidad, es trágico.

– O cómico, según se mire.

– ¡Basta, caballeros! – irrumpió Pablo, uno de los trovadores que habían acudido a presenciar la apuesta – Estáis aquí porque hace unos meses, en una de nuestras reuniones, salió el tema de si era la tragedia o la comedia la expresión de lo verdadero, y vosotros, entre el vino y el enfado, casi hacéis que corra la sangre.

– Trágico, sin duda – dijo Sanctos.

– ¡Qué decís! No hay nada más cómico que dos trovadores solucionando problemas literarios a base de puñetazos – apuntó Enrique.

– Dejadme seguir – pidió Pablo – Debido a que todo el gremio consideró que vuestra actuación os hacía poco merecedores de que se os llamara "trovadores", acordamos que después de unos meses volveríamos a reunirnos y que solucionaríais vuestras diferencias con la única arma que los dioses nos han enseñado a enarbolar: la palabra.

– Gracias por la aportación, pero no era necesario que nos recordarais nuestro propósito – explicó Sanctos, alzando su jarra de cerveza.

– ¿Queréis empezar vos? – invitó Enrique, chocando su jarra contra la de Sanctos, en un gesto de camaradería.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Aug 17, 2016 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

La tragicomedia de la blanca doncellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora