Prólogo

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Eddy –me llamó mi socio asomando la cabeza por la ventanilla de la improvisada oficina de lámina, mientras yo cerraba la puerta del pequeño montacargas que me conduciría al piso 19 para revisar las vigas recién instaladas en el nuevo edificio que construíamos en la ciudad de Los Angeles.

What’s up!

Are you going to floor 19?

Yes –dije, cuando el ascensor comenzaba a subir.

Ok, I’ll talk to you later –me gritó.

Is it important? –pregunté mientras continuaba ascendiendo.

No, no, no. Not at all –alcancé todavía a oír su voz sobre el ruido que producían el elevador y la maquinaria que utilizaban los trabajadores que ya casi terminaban un día más de labor, pero pude ver con claridad cómo movía su gruesa mano de un lado a otro para reforzar sus palabras.

Me gustaba la vista que se presentaba ante mí a esa hora del día mientras continuaba mi ascenso en el montacargas, el difuminado de amarillo, naranja y rojo que pintaba el crepúsculo me hacía creer en la existencia de algún Dios bastante creativo y de muy buen gusto. Los edificios de la gran ciudad tomaban un tono rojizo que me hacía pensar que, en lugar de madera y cemento, eran de puro y ardiente fuego.

Ya en el piso 19 abrí la puerta del pequeño ascensor y comencé a caminar por las vigas para hacer mi acostumbrada inspección.

–Arquitecto –me saludó Oscar, uno de los jóvenes trabajadores mexicanos de la construcción, y yo le devolví el saludo con un movimiento de la cabeza.

Sentí que vibraba mi Blackberry y lo saqué de la bolsa de mi pantalón para contestar la llamada. Como no traía puestos mis lentes para leer, alejé el aparato de mis ojos lo suficiente para poder ver quién me llamaba, aunque estaba casi seguro de que era mi esposa.

–Hola –contesté deteniéndome y haciéndole una seña a Oscar, quien iba a decirme algo justo cuando saqué mi Blackberry.

–Hola, ¿ya vienes? –escuché la sensual y autoritaria voz de mi mujer a través del teléfono.

–Ya casi, sólo voy a terminar la revisión y voy para allá.

–Cuando vengas me llamas porque necesito encargarte algunas cosas.

–Ok, te llamo en un rato.

Corté la llamada y me dirigí a Oscar, que continuaba esperando.

–¿Cómo es que mi mujer siempre tiene algo que encargarme? Todos los días, antes de llegar a casa, tengo que pasar a otro lado por sus encargos. No importa en qué país estemos viviendo o en qué ciudad esté construyendo, siempre se le ocurre algo… ¿Cómo es que siempre se le ocurre algo? ¿Así son todas las mujeres?

–Espero que no arquitecto, porque yo me caso en 2 meses –me respondió soltando una leve risa.

Yo reí también.

–¿Qué pasó? ¿Me ibas a decir algo?

–Sí. Ya está todo listo aquí para empezar mañana temprano. Cité a los trabajadores a las siete para que no nos vaya a ganar el tiempo, pero creo que vamos bien y máximo en dos días, terminamos de montar la estructura de este piso.

–Muy bien Oscar, muchas gracias. Nada más voy a dar la inspección de rutina. Te veo aquí mañana como a las ocho.

Volvió a vibrar mi Blackberry.

–Muy bien arquitecto, nos vemos mañana.

Saqué el aparato y vi que era un mensaje de texto. Extraje mis lentes de lectura de la bolsa de mi camisa y me los puse para leerlo:

*Acaba de fallecer mi suegra en el hospital. No puedo recibir llamadas aquí, pero te hablo más tarde. Quizá te interese saber que unos minutos antes pidió hablar conmigo; me dijo que cuidara a su hija y a sus nietas, y también me dijo tu nombre. Se acordó de ti en sus últimos momentos, cabrón. Te llamo luego*

Creo que el impacto de la noticia se reflejó en mi rostro, porque Oscar llegó a mi lado en un instante.

–¿Está bien arquitecto? –preguntó con preocupación.

–Sí… Sí, gracias –respondí y seguí caminando por la construcción del piso 19, pero él me acompañó y me tomó del brazo.

–Venga arquitecto, siéntese.

Me llevó a un lugar más seguro, donde no hubiera riesgo de caer al vacío y me ayudó a sentarme en unas vigas apiladas en un rincón.

 Trataba de asimilar la noticia…

«Qué curioso –pensé–, que justo aquí venga a enterarme».

–Se puso pálido, arquitecto. ¿Quiere que pida ayuda?

–No, no. Estoy bien, gracias.

 Volví a leer el mensaje:

*Acaba de fallecer mi suegra…*

Esas palabras resonaron en mi memoria y los recuerdos volvieron a mí, tan intensos como la pasión que nos envolvió cuando yo tenía 18 años. Tan profunda fue la evocación de esos momentos que, sentado ahí, a 19 pisos de altura, a mis 53 años y con un cielo de un color que me recordaba al fuego de mi juventud, volví a sentir en mi boca un leve sabor a frutas.

A DESTIEMPOWhere stories live. Discover now