Feria de Albacete

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Al comienzo de la segunda década del siglo XXI sucedió el cataclismo. Nadie pudo explicar por qué unos cráteres aparecieron de súbito en la superficie lunar. Pero eso no habría dejado de ser motivo para que los investigadores especulasen con todo tipo de hipótesis, a no ser porque esos pequeños fragmentos de nuestro satélite, se dirigían a la Tierra. Nada pudo hacerse para evitar que impactasen. En aquel fatídico día del mes de septiembre, varios puntos del planeta fueron golpeados por meteoritos de poco más de diez kilómetros de diámetro, pero el daño que causaron fue demoledor. Los impactos provocaron tsunamis y terremotos. Los continentes se desfragmentaron. De las entrañas de la tierra surgieron ríos de lava y la mayoría de terreno fue engullido por las aguas. El clima varió ostensiblemente. Así, el hielo ártico y la lava se fundieron creando temperaturas extremas, difíciles de aguantar por un ser humano. Lo que se conocía como América, estaba bajo un kilómetro de agua. Igual ocurrió con Asía, África y Oceanía. Ni los refugios de los poderosos, ni su potente armamento, ni los más modernos ordenadores y medios de comunicación, evitaron la hecatombe. De miles de millones de habitantes, quedaron unos miles, a secas.  En poco tiempo desaparecieron de la faz de la tierra todas las tecnologías, las civilizaciones, las religiones, los idiomas y las razas. Pasaron decenas de lustros hasta que el clima se estabilizó, sin embargo, sufría cambios extremos; por el día el calor era sofocante y durante la noche el frío cortaba como una afilada cuchilla. Tan sólo una pequeña fracción de lo que fue Europa, albergaba a los sucesores de los supervivientes. Estos se agrupaban en clanes y vivían al lado de los pocos ríos o manantiales de agua potable que existían. Su supervivencia se basaba en comer lo que podían; raíces, insectos o animales que habían mutado para vivir en unos parajes desérticos y que constituían una amenaza, ya que se alimentaban de cualquier ser vivo. Las pieles de estos animales eran empleadas como vestiduras y con sus huesos y dientes fabricaban sus vetustas armas. La vegetación era escasa, lo cual motivaba largos desplazamientos para conseguir alimento y enfrentamientos con otros clanes. En ocasiones las víctimas de estos enfrentamientos, constituían un botín y servían de alimento para los vencedores.

Entre todo este caos, existían clanes nómadas que se desplazaban de un lado a otro, buscando un lugar para establecerse y empezar con un nuevo mundo. Uno de estos era el clan Feria. Lo formaban poco más de un centenar de individuos, que llevaban deambulando y resistiendo a los ataques de otros clanes varios siglos. Su empeño era encontrar un lugar legendario; la Fortaleza de Albacete. Esta leyenda surgió unos siglos atrás, cuando encontraron a un anciano que aseguraba que existía ese lugar paradisíaco; una fortaleza redonda, inexpugnable para los enemigos, unas enigmáticas construcciones, un vergel donde abundaba la vegetación y el agua manaba de seres extraños de piedra.

Eso no habría dejado de ser un cuento o las divagaciones del pobre anciano a no ser porque llevaba la prueba; el Libro de la Esperanza. Éste posiblemente era el único documento gráfico de lo que otrora fue el Mundo. En realidad, aunque ellos no lo sabían, era un programa de fiestas de una ciudad que existió llamada Albacete. En la portada, en letras de amarillo oro, estaba escrita la leyenda: «Feria de Albacete 2010» y en sus páginas exponía imágenes de ese lugar casi mágico; fotografías de un parque con altos árboles,  una construcción que mostraba una gran puerta iluminada por miles de pequeñas luces multicolores,  un templete, tiovivos, atracciones, una gran noria, algunos utensilios desconocidos y una fotografía aérea de la fortaleza redonda, donde se apreciaban varios anillos.

El anciano, antes de morir contó historias fantásticas y difíciles de creer. Al parecer era el único ser vivo que sabía interpretar los signos del libro. Antes de su muerte, instruyó en la lectura a quien le sucedería en la custodia del libro y le entregó un utensilio cortante, que doblaba su hoja y escondía el filo entre unas cachas de hueso.  Así sería, generación tras generación. El clan adoptó el nombre de Feria y su cometido era vagar hasta encontrar ese lugar enigmático. Los miembros del clan se desplazaban de un lado a otro y nunca permanecían mucho tiempo en el mismo lugar. En ocasiones eran bien recibidos por otros clanes y les ofrecían su hospitalidad, pero en cuanto conocían su misión, la cosa cambiaba. La quimera de encontrar un lugar donde no faltaba alimento ni agua, les hacía ansiar El Libro de la Esperanza y no les importaba perder la suya en sangrientos enfrentamientos, por tener la posibilidad de encontrar una vida mejor.

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⏰ Última actualización: May 28, 2013 ⏰

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