Capítulo cuatro.

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Me duele todo. Sé que estoy en la ambulancia, me están hablando, quiero moverme, quiero abrir los ojos, quiero responder, gritar, pero no puedo. Lo primero en lo que he pensado ha sido en el niño. Mi hijo. Mi novia.

He llegado al hospital, me han hecho mil pruebas, no soy consciente del tiempo, ni del espacio, pero puedo intuirlo.

Se abre la puerta. La de veces que se ha abierto la puerta. Pero esta vez es distinto. Siento que se abre despacio, sin decisión. Las enfermeras no entran así, entran decididas, rápido, hacen lo que tienen que hacer, y se van.


Pero esa voz, esas voces son mi primo y mi chica. La oigo romper a llorar. No amor, no llores, estoy bien, ¿me oyes? Tranquila, siéntate, ven a mi lado.


No habla, no dice nada; pero no deja de acariciarme la mano, intento acariciarla, apretar su mano, hacer algo, pero no puedo. De nuevo se abre la puerta.


Sí amor, baja a comer. Te oigo, claro que te oigo.

No me duele nada, te lo prometo. Lo único que me duele ahora, es no poder responderte y saber que estás mal.


Salen. Al rato de nuevo la puerta. Son mis padres. Nunca he tenido trato con ellos. Apenas se enteraron de oídas del embarazo de Lucía, y si les preguntase creo que no sabrían ni de cuántos meses está. Me da la sensación de que es la primera, y última visita. No van a volver a verme hasta que despierte.

Decían unas voces en mi cabezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora