El Diezmo y las Ofrendas

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el beneficio personal de algunos. En este campo parece debatirse actualmente nuestro tema del diezmo y las ofrendas. Cierto es que tenemos una guía adecuada y correcta en la Biblia, pero vemos con dolor que no está siendo asimilada ni aplicada conforme a las disposiciones que Dios nos impone en ella, y el asunto legal ha entrado en conflicto, porque las reglas impartidas por algunos en los últimos tiempos difiere con mucho de cuanto establecen las Escrituras. Actualmente, por ejemplo, el diezmo forma parte de un mandamiento en la mayoría de congregaciones evangélicas; igual situación parece ocurrir con las ofrendas. Pero los recursos, que han sido entregados para el Señor, o para la casa de Dios y para el desarrollo del ministerio evangelístico en el mundo, son destinados para otros fines, son desviados hacia diferentes proyectos humanos que a veces van por arriba del primer objetivo; y esto marca una buena diferencia entre aquello que se dice, con aquello que se hace en la práctica. En el fondo, diríamos que atravesamos por un período de verdadera deslealtad para con Dios y su palabra. En este tratado vamos a poner de relieve y muy en claro algunas de esas deficiencias que se vienen dando al interior de muchas congregaciones cristianas, donde la administración y el liderazgo han sentado sus bases poco reales sobre el tema. Ciertamente es un nervio muy sensible el que vamos a tocar, y quizá duela, pero creo necesario hacerlo por el bien y sanidad de ese cuerpo tan maltratado como es la iglesia del Señor Jesucristo. Sabemos, por nuestra propia experiencia, que el diezmo es uno de los basamentos más fuertes que promueven las congregaciones evangélicas, es la columna vertebral de casi todas las denominaciones, hasta el punto de sobrepasar los mismos fines del evangelio. Se puede notar a las claras un vivo interés por captar esos recursos; y cada día se maquinan las mejores formas de llevarlo a la práctica, de modo que sobreabunde tanto el fruto como la bendición; pero no estamos conscientes de cuántas almas se están perdiendo por esta causa. Muy a menudo se llega a confundir el concepto de ofrenda para reclamar el diezmo; es decir, se toma la palabra específica que señala Dios para las ofrendas, y se pide el diezmo bajo esos mismos principios. Esta es, entonces, otra forma de disfrazar la realidad. Tanto se promueve el “dar alegremente”, que casi no existe una sola reunión, cualquiera que sea el fin de esa reunión, donde se deje de pedir ofrendas. Tanto el diezmo como la ofrenda han venido a ser obligatorios en casi todos los antros cristianos que he conocido, siempre bajo la célebre frase: “Más bienaventurado es dar que recibir”; pero esto, en la mayoría de instituciones, sólo funciona de una forma unidireccional; es decir, como una carga impositiva para el pueblo, mas no para la iglesia que recibe los recursos. Obviamente, la palabra de Dios no señala algo como eso; pues, si todos estamos dentro de aquella obligación, más todavía deberían estar los pastores para obedecerla y cumplir con su mandato, pero no se lo hace. Todos estamos en el deber de dar primero para luego recibir y no al revés. Antes que esperar recompensas de parte de los hombres, deberíamos creer y esperar en las recompensas de Dios, quien es finalmente el galardonador del premio, pero conforme a nuestros actos. En este ámbito, la iglesia, o la casa de Dios, no se exceptúa de esa responsabilidad; esto es, de ayudar y compartir con las necesidades de su pueblo, en la medida de sus capacidades, para luego cosechar lo sembrado. La Escritura es clara en este campo. “Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir.” (Lucas 6.38).

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Como podemos advertir, la condición no propone un acto de recibir solamente, sino que el primer paso compromete y nos obliga a realizar una acción previa, que es precisamente la generosidad de nuestra parte, porque las dos cosas se complementan; y mucho de esto asegura la Biblia. Los mismos predicadores nos hablan permanentemente sobre las bendiciones que siguen a quienes ofrendan generosamente y de corazón, porque si lo hacemos para Dios, Él no es deudor de nadie y recompensará ese gesto; y así es, pero iglesias con muchas necesidades abundan en nuestro medio. ¿Será porque se han olvidado de dar primero y sólo pretenden recibir el bien que no sembraron? Dios lo sabe. He conocido de personas que anhelan el pastorado, y no precisamente por un llamado o por una elección de parte de Dios, cuyas metas serían la predicación del evangelio, el rescate de almas para el Señor y el servicio a los fines de la iglesia, sino porque pusieron sus intereses primero en los diezmos que deben exigir a los creyentes y vivir cómodamente de ellos. He visto a pastores peleándose por la administración de una congregación, y he visto las divisiones que estos actos acarrearon. Finalmente, alguno conformó su propio grupo, si es posible en su propia casa, para asegurarse sobre la propiedad de los recursos y su distribución conforme a sus fines. La dificultad de enfrentar o de buscar un trabajo secular digno, quizá ha hecho posible que muchos busquen en el pastorado una buena fuente de ingresos y un medio de vida, aunque no hayan sido parte de un llamado de Dios para esa delicada y sacrificada misión. Es más, muchos no siquiera han egresado de un Instituto Bíblico, Universidades o Seminarios Cristianos, para luego ejercer su tarea, la cual exige capacidad, conocimiento y abnegación. De aquí los cientos y miles de problemas que debe afrontar la iglesia del Señor, porque muchos neófitos han degradado no solamente los púlpitos, sino la misma palabra de Dios. En más de una ocasión he sido testigo de la negación rotunda de la gente para acercarse a la iglesia y aceptar al Señor Jesús como su Salvador; y uno de sus argumentos es la exigencia de dinero por parte de los pastores, lo cual es irrefutable; y esto causa vergüenza en todos los demás. Y no pueden faltar aquellas ovejas que se han ido de la iglesia por estas mismas causas, deshonrando y echando por los suelos el bendito nombre del Señor. Muchos líderes, antes que ser camino de bendición han sido piedra de tropiezo para esas almas. Todo esto lo sabe Dios, y también lo sabemos muchos de nosotros, pero no estamos en capacidad de aceptarlo y de cambiar el rumbo. Sin duda existen personas que con sencillez de corazón se acercan a Dios, o quieren venir a su casa y a su presencia, pero en el camino han venido a ser presa de sutiles engañadores que medran falsificando el evangelio. Esto ya lo dijo el apóstol Pablo, no yo, porque, quiera uno o no, existirán muchos de esta clase. “Pues no somos como muchos que se benefician falsificando la palabra de Dios.” (2 Corintios 2:17). ¿Podremos asegurar que todas estas cosas están bien? Creo que no. ¿Vale la pena correr detrás de los diezmos y no de las almas? ¿Deben imponerse condicionamientos humanos, recompensas monetarias y dádivas por todo servicio religioso en las iglesias? ¿Se debe pagar por una predicación o enseñanza? ¿Debería recibir una recompensa monetaria todo predicador, cuando éste usa un púlpito o da una conferencia? Yo puedo decir con toda la autoridad que Dios me ha dado, que la Biblia no enseña algo como eso; la palabra de Dios no convalida esas prácticas; al contrario, las rechaza y las condena.

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⏰ Última actualización: Apr 11, 2011 ⏰

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