Diez.

8.2K 456 6
                                    

Lo miré como si hubiese perdido el juicio, aunque me fue inevitable no echarme a reír.

—¿Me propones que no me trague esas pastillas, lo cual significa más tiempo aquí si me atrapan, sobornar al policía e ir con Andrew? —susurré.

—Básicamente.

—Estás loco.

—Tú también —se burló.

Sonreí. Ahora eso de “loco” guardaba demasiado humor negro y a esas alturas del partido, los dos nos habíamos vuelto un tanto insensibles. Increíble. Apenas era mi segundo día y yo ya era diferente.

—¿Entonces? —inquirió Ian.

—Creo que romperé un par de reglas —suspiré— y también pienso que nunca saldré de aquí.

—Posiblemente —admitió.

Ambos guardamos silencio y me sentí terriblemente agotada. Ese día había tenido un verdadero maratón lleno de sentimientos y repleto a más no poder de emociones. Bostecé.

—Te dejo dormir —repuso el hombre y se levantó.

—¿Así son todos los días? —pregunté, de pronto.

Él me miró atentamente. Sus ojos azules escrutaron mi rostro y no pude evitar enrojecer. Ian esbozó una pequeña y breve sonrisa, como si hubiese conseguido su propósito: hacerme ruborizar. De alguna manera eso me hubiese hecho enojar bajo cualquier otra situación, pero esa ocasión no. No solamente porque ya no me importasen sus actitudes, sino porque existía algo más, algo dentro de mi interior y no sabía qué con exactitud.

—No. ¿Puedo decir algo?

—¡Dios mío! Ian Hatcher me está pidiendo permiso, ¡debe de ser el Apocalipsis!

Él rodó los ojos y sonrió.

—Ya en serio.

—Adelante.

—Estar contigo no es tan estresante como creí.

No pude evitar reír. Ian siempre sería Ian. Ese hombre malhumorado, sarcástico y grosero.

—Lo tomaré como un cumplido.

Me puse de pie y tomé el libro y el boleto. Evalué el pedazo de papel y me encogí de hombros.

—Creo que lo haré —sonreí—. Con una condición.

—¿Cuál?

—Vienes conmigo.

Me miró, perplejo.

—¿Cómo?

—¿No pretenderás que vaya sola, o sí? Además, fuiste tú el de la idea.

Lo vi suspirar y meditar la idea por un momento. Lo observé divertida. Él se volvió hacia mí y asintió con la cabeza.

—De acuerdo.

—Bien. Entonces, buenas noches.

Me quedé dormida en cuanto mi cabeza tocó la almohada. Tuve un sueño apacible y reparador, ni siquiera tuve pesadillas a lo largo de esa noche. Cuando desperté, no me sentí feliz, pero no me sentí miserable, el simple hecho de saber de que tenía un amigo aligeraba un poco la carga.

Me metí a bañar después de tender mi cama y me puse un pantalón limpio y un suéter que cubrían mis brazos. Ese día supuse que no iría al comedor de los médicos, así que cogí mi horario y me dirigí hacia el comedor.

Cuando llegué, inmediatamente me puse en busca de Ian. Posé mi mirada en esa mesa que nos habíamos sentado en mi primer día, pero él no estaba por ningún sitio. Me encogí de hombros y fui rumbo a la barra de comida.

Redención.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora