Capítulo VII

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Me encontraba estirada sobre la cama sin poder reconciliar el sueño, miré el reloj y tan solo faltava media hora para que sonase la alarma. La luz entraba por el ventanal justo al lado de mi cama, decidí cerrar los ojos y aprovechar esa media hora de paz.

Sobre el telón naraja que cubría mis ojos empezé a imaginar a una niña, una niña con una flor en la mano. A la niña parecía gustarle mucho la flor que sostenía, tanto que la estrechaba contra su pecho. De repente el cielo azúl que brillaba sobre la niña se tornó gris, con nubes amenazantes que escupían rayos y relámpagos, la niña asustada empezó a llorar y en ese mismo instante se desató la tempestad. Ví como la niña, llorando de rodillas, sufría una metamorfosis, su cuerpo cambiaba ahora era más grande, justo como una adolescente. 

La jóven levantó la vista y vió un árbol dónde poder encontrar cobijo hasta que amainara la lluvia. Cuándo llegó bajo el árbol, observó la flor y pudo apreciar como varios pétalos de la flor se caían. La jóven apenada esperó y esperó. De pronto un pajarillo de vivos colores se posó en una de las ramas más bajas del árbol y empezó a canturrear notas melodiosas, y la tormenta calmó. El pajarillo cantaba a la muchacha y esta embobada seguía al pajarillo allá donde fuera. De improviso el pajarillo voló y voló, la muchacha no pudo seguir los pasos del pajarillo y vió como este se perdía en el horizonte. Notó como, de nuevo, su flor perdía pétalos y en esta ocasión en vez de desatarse una tormena, empezaron a caer suaves copos de nieve, cayeron tántos copos de nieve que todo lo que antes era prado verde, ahora era una llanura blanca nevada. 

Bajo el toque de cada copo de nieve, la muchacha volvía a transformarse, adoptando ahora el físico de una mujer, una bella mujer de piel suave como la nevisca, gestos tensos y una mirada lobuna, fría y penetrante. La mujer empezó e emitir unos gruñídos própios de un animal, se encorbó sobre si misma com escondiendo algo, al observar con más atención vi un fardo rojo, no supe bién que era. Volví a prestar atención y lo ví claro, era un cuerpo humano desmembrado, rasgado por el abdómen con las vísceras sobresaliendo como algo obrado por una manada de animales salvajes, la mujer hundió la cabeza en el abdómen de aquel ser destrozado, se tornó y me observó con la cara manchada de sangre, dirigió su vista al cielo, que había empezado a oscurecerse y en él lucía una luna plateada prefectamente circular. Ese extraño mónstruo articuló algo parecido a un aullido, un aullido cada vez más fuerte y más fuerte, tán fuerte que me obligó a abrir los ojos y levantarme de la cama de un salto.

Miré a mi alrededor asustada y me dí cuenta que el despertador estaba sonando, lo apagué y me froté  fuerte la cara. Me encaminé hacia el baño algo perturbada por aquellas visiones, no hay nada que una buena ducha no arregle, pensé. Abrí el grifo del agua caliente. Me quité la ropa dejando el pijama apoyado sobre el lavamanos y me dispuse a quitarme la goma de pelo que me recogía el cabello en una tirante coleta justo frente al espejo del lavamanos, y entonces fué cuanto comprendí todo aquello. Miré fijamente la imagen que me otorgaba el espejo, medio empañado por el calor de la ducha. Esos ojos, esa era yo. La mujer extraña era yo, la de mi sueño.

Entré rápido a la ducha y empecé a frotarme fuerte intentando sacar a base de raspar con la esponja ese pensamiento chocante. No no ¿Cómo podía ser yo? Yo no soy así. Y por un momento me concedí el beneficio de la duda. ¿Y si realmente fuera yo así? La niña sufriendo esas metamorfosis era yo, la flor mi corazón y las tormentas, épocas dificiles de mi vida, ¿Peró y la última visión? ¿La del animal comiendose a aquella persona, que significaba?

Salí de la ducha y esta vez evité mirarme en el espejo, fuí a mi armario y decidí buscar algo que ocultara las marcas rosáceas de la espoja en mis brazos. Encontré un top palabra de honor verde, me puse por encima la chaqueta a juego con la falda negra a rayas diplomáticas y me fuí directa a tomarme un té verde a ver si calmaba mi inquietud. Melissa estaba en la cocina y ya había acabado de desayunar.

Emily Wolf ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora